Miguel BORRERO PICÓN, Pbro.

Presbítero
* Beas (Huelva), 6 de diciembre de 1873
† Utrera (Sevilla), 26 de julio de 1936
62 años

Nació el P. Borrero Picón en Beas (Huelva) el 6 de diciembre de 1873. Fue bautizado cuatro días más tarde en la Iglesia Parroquial de San Bartolomé, única existente en la villa. Le impusieron los nombres de Miguel Nicolás. Sus padres fueron José Borrero Alfaro, zapatero, y Juana Picón Ojuelo.

El 23 de septiembre de 1890, con 17 años cumplidos, solicitó su admisión como alumno interno en el Seminario Conciliar de Sevilla para iniciar sus estudios eclesiásticos. Los dio por concluidos el 1 de junio de 1903. Dados los escasos recursos familiares pudo optar y consiguió en algunos cursos beca de fámulo.

El 19 de septiembre de 1903, con 29 años, recibió la Sagrada Orden del Presbiterado. Los informes recibidos de su villa natal, donde había residido a la recepción de la del Diaconado, fueron muy positivos. En uno de ellos se decía:

“[…] Por las excepcionales circunstancias que adornan al expresado pretendiente y quedan mencionadas, desde luego lo aprecia por útil e idóneo para el Ministerio de la Iglesia, digno de obtener el Orden del Presbiterado por haber ejercido con igual dignidad practicando cuantos actos son anejos al del Diaconado”.

Durante los primeros veinte años de ejercicio del sacerdocio sus encargos fueron siempre en la provincia de Huelva. Tras su Ordenación fue nombrado sucesivamente Coadjutor en Cortegana por algo más de un año; Ecónomo para las parroquias de Castaño del Robledo (donde desarrolló una intensa y fecunda labor durante cuatro años que movilizó a la población y autoridades en contra de su traslado),  El Villar, Lepe y Rosal de la Frontera; de Regente ocupó la Parroquia de Beas, su localidad natal. Entre tanto, en 1911, “oyendo cada día con más insistencia la voz de Dios que me llama a penitencia en una Orden austera, cual es la Cisterciense” pidió permiso al cardenal de Sevilla Almaraz para ingresar en la Orden; obtenida la autorización, al no carecer de los recursos suficientes que asegurasen la atención de su madre, desistió de su empeño y quedó en Moguer como Capellán de las Esclavas del Divino Corazón hasta que en diciembre de 1915 aceptó el nombramiento para Rosal de la Frontera. En 1919 obtuvo en el concurso de curatos la Parroquia de Santa Olalla del Cala (Huelva) en la que permaneció hasta el 1 de marzo de 1923 cuando, como Coadjutor, tomó posesión de la Parroquia Santa María de Mesa en Utrera (Sevilla), en la que permaneció hasta su muerte martirial el 26 de julio de 1936.

Según su superior en la Parroquia, “cumplía maravillosamente sus deberes de Coadjutor y era sacerdote lleno de fe y amor de Dios, muy fervoroso en la celebración del Santo Sacrificio de la Misa y demás ministerios”. En los primeros momentos de la guerra civil fueron incendiados en Utrera los casinos y centros políticos de derecha. El domingo 19 de julio de 1936 los cultos se celebraron con normalidad en toda la población salvo la misa de 11 en la Iglesia de San Francisco, situada en una plaza que en ese momento estaba abarrotada de “turbas exaltadas” dueñas de la situación. Esa noche, quizás sin darse cuenta del peligro que corría, el P. Borrero Picón se dirigió al Ayuntamiento, donde radicaba el Comité Revolucionario, para pedir la libertad de unos detenidos que consideraba inocentes; le detuvieron siendo conducido a uno de los dos calabozos municipales; allí recluido no cesó de conducirse como sacerdote, alentando a sus compañeros a llevar con resignación el encierro, hablándoles de Dios y administrándoles varias veces el Sacramento de la Penitencia.

En los días siguientes el Comité Revolucionario se incautó de los edificios religiosos y continuó con el encarcelamiento de utreranos, entre ellos el propio Ecónomo (el día 25 de julio) que fue encerrado en el mismo calabozo que el P. Borrero Picón junto a ocho seglares. “Nos confesamos mutuamente los dos sacerdotes y confesamos a los seglares, rezando el Santo Rosario. Desde las primeras horas de la noche [madrugada] del domingo aquel calabozo fue un templo y todos los detenidos no hemos hecho otra cosa que prepararnos a bien morir”. En las primeras horas de la mañana del domingo 26 de julio el ruido del vuelo bajo de aeroplanos sobre la ciudad anunciaba la inminente llegada de los sublevados y una muerte inmediata. Volvieron a confesar todos los encerrados y, tras consagrar unos trocitos de pan, comulgaron; pidieron por los enemigos y “a Jesús fortaleza para soportar la muerte […] Después de un rato de recogimiento, esperamos resignados la suerte que la Providencia nos tenía deparada”. Ambos sacerdotes se dieron la consigna de morir gritando ¡Viva Cristo Rey! A las nueve de la mañana comenzó el bombardeo. Media hora más tarde abrieron la puerta del calabozo y dieron orden de salir. El primero en hacerlo, revestido con su sotana, fue el P. Borrero Picón, que en todo su cautiverio permaneció en el poyete, junto a la puerta. Al avanzar le dispararon a bocajarro en el pecho y cayó muerto en el acto. Los demás se negaron a salir. Los asesinos volvieron en dos ocasiones más y repitieron las descargas hasta creer que todos estaban muertos.

Su cuerpo, “horriblemente mutilado”, fue trasladado al hospital local desde donde, en la tarde del 27 de julio de 1936, fue trasladado al Cementerio Municipal. Poco después, los feligreses y amigos colocaron una lápida conmemorativa.

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