El COF de Triana-Los Remedios nos invitó el pasado mes de junio a participar en un taller de reflexión con el título “Tu mirada puede transformar a tus hijos”, dirigido por los directores del Centro de Orientación Familiar, Lola Barbosa y José Ramón Bécares. Mediante una metodología participativa, en grupo reducido, se trabajó sobre la generación de expectativas, sobre cómo nuestra mirada apreciativa condiciona necesariamente la calidad del vínculo con nuestros hijos, de su desarrollo emocional-afectivo y de la comunicación con ellos a lo largo de las diferentes etapas de su desarrollo. Este texto es un resumen de este interesante taller.
«Partiendo del cuento “La sala de los mil espejos”, de José Carlos Bermejo, reflexionamos con los asistentes sobre cómo nuestra actitud ante nuestros hijos, y en general ante las personas que nos rodean, condiciona el comportamiento que éstas nos devuelven, y sobre cómo influimos en los demás a partir de nuestras propias actitudes vitales y comportamientos.
El vínculo afectivo
Tratamos sobre el Vínculo como unión o relación que se establece entre dos personas, en este caso entre madre y niño (madre, padre o cuidador, en un sentido amplio). El vínculo afectivo como sentimiento que se tiene hacia el niño y que da lugar a acciones tan estimulantes como las caricias, los besos, los abrazos, maneras especiales de hablarle, o las sonrisas. El niño que no experimenta este vínculo afectivo en su infancia puede llegar a tener dificultades en la relación afectiva con otras personas, en su desarrollo emocional desde los primeros meses de su vida y en su posterior desarrollo madurativo, que muchas veces se manifiesta sobre todo en la adolescencia.
Hay que tener en cuenta que, durante los tres primeros años de vida, en el cerebro del niño se establecen las bases de los sistemas y estructuras responsables de todo el posterior funcionamiento emocional, conductual, afectivo, social y fisiológico para el resto de su vida. La mirada apreciativa la expresamos como:
- mirada física: a través del contacto del cuerpo y de todos los sentidos (incluso el olor).
- mirada intelectual: con nuestras expresiones, conversaciones y posteriores diálogos y razonamientos.
- mirada emocional: como expresión del corazón y de la transmisión de nuestro amor, de nuestros propios valores y creencias.
Las repercusiones de la ausencia del vínculo
Los estudios sobre las consecuencias físicas, intelectuales y sociales del deterioro o ausencia del vínculo se analizaron inicialmente después de la segunda guerra mundial, cuando muchos niños perdieron a sus padres y fueron atendidos en instituciones (orfanatos y hospicios), donde una sola enfermera no podía atender a la cantidad de niños que se le asignaban, limitando su atención a la buena alimentación y la buena higiene.
El síndrome del hospitalismo, como la depresión anaclítica estudiada por Spitz, muestran la importancia en la relación madre-hijo para un buen desarrollo psico-afectivo. Estos niños estaban mucho más proclives a enfermedades físicas y mentales de todo tipo, llegando incluso a la muerte. Otros muchos estudios y experimentos se realizaron posteriormente, como por ejemplo los experimentos de Hawthorne sobre la motivación de los trabajadores. En estos estudios a nivel industrial se demostró cómo la mera atención (mirada apreciativa positiva) aumentaba la productividad de los empleados de las fábricas.
Conductas fruto de falta de miradas apreciativas
Las diferentes conductas disruptivas del niño, como falta de empatía, inseguridad, enuresis, autoagresión, depresión, etc., y del adolescente (simple rebeldía, voces, violencia, falta de altruismo, neurosis, conductas antisociales, trastornos alimenticios como la anorexia o bulimia, dependencias, etc.) pueden ser, en muchos casos, llamadas de atención ante la falta de miradas apreciativas. Porque el joven, en su búsqueda de autonomía, buscará también los límites, y necesitará asumir responsabilidades.
Pero, si en el hogar no se encuentra apreciado, lo buscará fuera y no necesariamente de forma positiva y en el ambiente adecuado. Muchos de los problemas con los que nos encontramos en el COF, tienen su origen en etapas anteriores del desarrollo, donde las familias han atravesado períodos especiales de crisis, sobre todo en el caso de familias desestructuradas, donde no se ha dado el ambiente más adecuado para el desarrollo de los hijos.
La historia de Hikari Oe, hijo de Kenzaburo Oe
Por el contrario, cuando el vínculo/apego se establece de forma adecuada, y el desarrollo del niño se produce en un ambiente de especial atención y refuerzo, los resultados pueden llegar a ser especialmente positivos. Aunque sea un caso extremo, nos puede ilustrar al respecto la historia de Hikari Oe.
Nacido en 1963, Hikari, es un compositor japonés que padece hidrocefalia y autismo. Es hijo del premio nobel de literatura Kenzaburo Oe y nació con unas discapacidades que le llevarían a la muerte según los médicos. Se cuenta que los doctores aconsejaron a sus padres, cuando nació, que le dejaran morir, pero ellos desistieron.
Tras una operación, el niño permaneció con discapacidad visual, retraso en su desarrollo, epilepsia y descoordinación física. Tampoco podía hablar. Se dice que el niño paseaba con sus padres y oyó cantar un pájaro y lo imitó con gran precisión. Los padres le compraron grabaciones de audio de pájaros, después contrataron una profesora de música. El niño, en vez de hablar, comenzó a expresar sus sentimientos a través de la música. Con el tiempo, se le enseñó solfeo. Llegó a ser, y lo es en la actualidad, compositor. El vínculo, la mirada apreciativa positiva, puede hacer milagros.
La economía de las caricias
A lo largo del taller analizamos también conceptos como la “economía de las caricias” de Claude Steiner. Este psicoterapeuta sostiene que los efectos que se producen en el ser humano (crecer, desarrollarse, vivir) están en consonancia con la abundancia o escasez de signos afectivos positivos, y que parte de las enfermedades psicológicas de Occidente (depresión, neurosis, ansiedad, etc.), se producen por ausencia de amor.
Faulkner (nobel de literatura) escribió: “Preferimos el dolor a la nada, la bofetada a la ignorancia, la pena al vacío, el desprecio a la indiferencia, el grito a la apatía. No deberíamos olvidar que nacemos hombres y mujeres, pero nos convertimos en humanos gracias a las caricias, a la ternura, a la compasión, al afecto”.
El joven buscará las caricias, la atención auténtica y sincera, y si no la encuentra en casa, la buscará fuera. La falta de caricias positivas generará comportamientos negativos (que me griten, que me peguen…), para conseguir que me miren, que me besen. Será un blanco fácil para terminar cayendo en el futuro en relaciones dañinas. Y en este punto nos debemos hacer la pregunta ¿para qué gritar?
No grites a tus hijos
Gritar, a cualquiera de las edades, genera distancia, baja la autoestima de nuestros hijos, les crea rencor, y a nosotros nos hace perder prestigio y respeto ante ellos. Y para colmo, no conseguimos que obedezcan. Reflexionamos unos puntos:
- En lugar de gritar: Ponte a su altura.
- Ponte de cuclillas si el niño es pequeño.
- Mírale a los ojos.
- Con voz firme, pero suave, dile lo que quieres que haga.
- Dale argumentos para que lo haga.
- Dile que te repita la indicación en voz alta para asegurarte que lo ha entendido.
- Y acaba con un “estoy seguro de que tú puedes hacerlo”, y sonríele. No siempre obedecerán, pero con seguridad que aumentarán las posibilidades de que lo hagan y no levantaréis barreras entre vosotros.
El pre-adolescente
La vida afectiva del pre-adolescente se caracteriza por un afán de emancipación, de independencia y libertad. Ya no es un niño y no quiere que se le trate como tal. Quiere hacer lo que le agrade sin que nadie le diga lo que tiene que hacer. Las etapas de apego infantil se debilitan. Según va adquiriendo autonomía personal, va emancipándose de su familia. Paralelamente va estableciendo lazos más estrechos con el grupo de compañeros.
El proceso de socialización lleva implícito el aprender a evitar conductas consideradas como perjudiciales y, por el contrario, adquirir determinadas habilidades sociales. Para ello, es necesario que el adolescente se encuentre motivado para desarrollar conductas adecuadas. Reflexionamos también, como adultos, sobre lo que podríamos hacer con las personas de nuestro entorno (familia, amigos, colegas de trabajo) si enfocáramos nuestra mirada hacia lo bueno de cada uno de ellos.
El efecto Pigmalión o la profecía autocumplida
La profecía auto cumplida es una expectativa que incita a las personas a actuar de manera que la expectativa se vuelva cierta. A lo largo del desarrollo infantil tenemos una serie de expectativas que condicionan positivamente su desarrollo. Esperamos y tenemos la expectativa de que ande, de que hable, de que empiece a leer, y reforzamos continuamente las primeras muestras de cada uno de estos avances. Y las “profecías” se cumplen progresivamente en las diferentes etapas del desarrollo infantil, en parte porque las esperamos, las deseamos y las reforzamos permanentemente.
Pero cuando se acerca la adolescencia, es como si olvidáramos estos mecanismos y empezamos a dudar; nos olvidamos de que los jóvenes también tienen retos por delante, no reforzamos sus tendencias naturales a la heroicidad, al altruismo, al idealismo, la sinceridad, la amistad, etc. para centrarnos en la parte más vulnerable del todavía niño, en su inseguridad, en su desorientación, en sus deseos de libertad, en el desorden, la desobediencia, el descontrol emocional. Quizás inconscientemente esperamos ya ese período de crisis con miedo, en vez de con confianza. Es lo que esperamos, y la profecía se cumple.
En la familia se juega el futuro de los hijos
Es en la familia donde en última instancia se juega el futuro de los hijos. No podemos esperar que lo haga la sociedad, ni el Estado, ni el colegio. La familia es el último reducto desde, o donde, podemos influir; donde se desarrolla la transmisión de los valores.
Nos planteamos muchas veces: ¿Qué podemos entonces hacer con nuestros hijos? Conseguir que el niño-joven descubra que es amado, que descubra que vale, que puede. El alcance de la meta y el desarrollo de sus capacidades depende del clima y de la aceptación afectiva que encuentre en el hogar, de nuestra mirada apreciativa y de las expectativas que generemos. Desarrollemos entonces la autoridad y definamos los límites. Los límites implican también negociación, diálogo, flexibilidad, en un contexto de amor y autenticidad.
Analizamos también la importancia del ejemplo en la familia, y de cómo evitar las contradicciones que a veces tienen los modelos adultos ante los graves problemas de las adicciones de los jóvenes. Una imagen vale más que mil palabras. Somos modelo permanente en el consumo de alcohol, en el uso de los teléfonos y las tablets, en el uso de la televisión…
Se analizó cómo nuestra mirada como padres proporciona el motor y la motivación para educar en la alegría, en el compromiso, en los límites negociados, en la responsabilidad, en y para el amor, en su dimensión humana y sobrenatural.
Educar es enseñar a amar
Finalmente se reflexionó sobre la necesidad del amor, de cómo educar es enseñar a amar y de cómo el aprendizaje sin amor no funciona.
Para los creyentes, Dios es Amor, y solo desde el Amor y en el Amor se construye el ser humano.
Y nos permitimos, para terminar, dar un consejo muy personal en la educación de los hijos adolescentes. Cuando no sepáis ya por dónde salir, cuanto sintáis agotadas todas las alternativas, cuando se acaben todos vuestros recursos, preguntaros ¿Cómo o qué haría Jesucristo en este caso? Y seguid sus consejos, porque seguro que se os ocurrirán actuaciones desde el AMOR…»