La pandemia provocada por el corona-virus, que ha causado la Covid19, ha desencadenado una serie de cambios, profundos e importantes a todos los niveles que, como no podía ser de otro modo, han cuestionado y zarandeado a las familias al tener que afrontar situaciones nuevas en muy poco espacio de tiempo.
El confinamiento en los hogares ha traído una situación novedosa de convivencia familiar prolongada e intensa.
Acostumbrados a vivir en la calle y en los lugares de trabajo, pasando poco tiempo en casa, de un día para otro se impuso, en muchos casos, hacer tele-trabajo; y cambió la rutina de las salidas por la de la permanencia. Se convirtió casi en una obligación las salidas al balcón para aplaudir, cantar o bailar. El seguir tutoriales en Youtube para aprender a elaborar bizcochos y pan, retomar dietas de comida casera y soltar la imaginación para entretenerse en los tiempos libres tras las cargadas tareas escolares, laborales y de una limpieza doméstica, esmerada como nunca.
Nueva normalidad
Muchos al llegar a la situación actual, tan mal denominada “nueva normalidad”, salen, como en estampida, con un abuso de confianza como si todo hubiese terminado felizmente. Mientras otros recelan e incluso pasan por situaciones de miedo ante el des-confinamiento al haber experimentado, como nunca, algo que no es nuevo pero que se ignoraba tanto: la vulnerabilidad.
Hay muchas familias que han sufrido en su seno la pérdida de un ser querido, al que no han podido acompañar en la enfermedad, limitándose a escribir una carta o enviar un mensaje por teléfono que leería algún miembro del personal sanitario; ni tan siquiera se han podido despedir, en el momento de la muerte, con una ceremonia religiosa que les ayudase a elaborar el duelo.
El estrés al que muchos se han visto sometidos ha provocado crisis en la convivencia. Según los medios de comunicación al comenzar la llamada “desescalada” han aumentado el número de demandas de divorcio y no son pocos los que tienen que acudir a una ayuda especializada para reorganizar sus vidas y su convivencia familiar.
Con todo, el confinamiento doméstico, causado por esta pandemia, ha supuesto mirar mucho hacia fuera: descubriendo tanto dolor en residencias de mayores, tanto trabajo en actividades esenciales, tanto esfuerzo y vocación en el personal sanitario, tanto buen hacer en las fuerzas y cuerpos de seguridad y en el ejército. También mirar hacia adentro: adaptándose a la nueva situación, modificando muchos hábitos y reorganizando muchas tareas. Y tanto hacia afuera como hacia adentro ha surgido un fuerte movimiento de solidaridad y cercanía a los más vulnerables.
Misión y compromiso de la familia cristiana
En el seno de la familia cristiana se ha vivido un momento muy importante al re-descubrir la riqueza del hogar como Iglesia-doméstica, creando, en muchos casos, un rincón para la oración, incluso montando pequeños altares para seguir la retransmisión de las celebraciones eucarísticas y rezar en familia por las víctimas, por los trabajadores y por los difuntos.
Ha cobrado mayor fuerza la oración en familia no sólo por la adaptación de los horarios y tener mayor tiempo para la convivencia y hacer cosas en común; también por la necesidad y exigencia de la situación. No todo se ha quedado en la elaboración de bizcochos o recetas caseras, se han seguido tutoriales para hacer palmas de cartulina para el Domingo de Ramos y seguir la catequesis de los niños y adolescentes online.
El gran movimiento solidario que hemos visto brotar por todas partes ha tenido un gran eco en las familias cristianas que, desde su vinculación eclesial, han dado un gran testimonio de caridad hacia los vecinos, especialmente a los mayores, para ir a la compra y a la farmacia. En muchos casos se ha salido menos al balcón para aplaudir y se ha dedicado más espacio a obras de misericordia: la oración por los demás y la elaboración de material de protección.
En las muy numerosas familias que han seguido las retransmisiones de la misa, por medio de las redes sociales, se han vivido momentos muy bonitos ya que incluso los hijos, que en edad adolescente se habían alejado de la práctica religiosa, han compartido sofá y pantalla con los padres, suscitándose a continuación algún debate interesante.
Todo esto que se ha vivido no debe terminar con la vuelta a la normalización de la vida en la sociedad, antes bien llega el momento de dar un testimonio más vivo, coherente, comprometido y entusiasta, al salir fortalecidos de cuanto se ha experimentado en el seno familiar. El diálogo, los juegos, las tareas domésticas y académicas compartidas, la oración en familia, ha ayudado enormemente a consolidar vínculos, muchas veces debilitados por el ritmo frenético de la vida.
Testimonio de fe en familia
Con toda esta experiencia la familia cristiana está llamada a dar un testimonio de fe con el compromiso de vivir la verdad del amor.
La encíclica Familiaris Consortio comienza con estas palabras que se mantienen tan actuales: “La familia, en los tiempos modernos, ha sufrido quizá como ninguna otra institución, la acometida de las transformaciones amplias, profundas y rápidas de la sociedad y de la cultura. Muchas familias viven esta situación permaneciendo fieles a los valores que constituyen el fundamento de la institución familiar. Otras se sienten inciertas y desanimadas de cara a su cometido, e incluso en estado de duda o de ignorancia respecto al significado último y a la verdad de la vida conyugal y familiar” (FC, 1).
Por tanto, la misión y el compromiso de la familia cristiana es hoy la misma de ayer: dar un testimonio de coherencia, de fidelidad a la vocación recibida, y ser fermento de renovación en nuestra sociedad.
Así, frente a esa cierta “frivolidad” con la que se viven muchas veces las relaciones interpersonales, la familia cristiana ha de dar testimonio de cohesión y firme unidad entre sus miembros. Y frente a la sensación reinante de que la estabilidad en la unión conyugal no es posible, así reflejada en las cifras de divorcios, la familia cristiana dará ejemplo de estabilidad al vivir el matrimonio como sacramento que permanece y se afianza en el tiempo.
Mandamiento del Amor fraterno
Igualmente ante la oleada de movimientos solidarios que surgen para responder a la crisis actual, la familia cristiana ha de hacer eficaz el mandamiento del amor fraterno, manteniendo en todo momento su solidaridad hacia aquellos que necesitan de su solicitud generosa.
Frente a la evidencia de la vulnerabilidad y el dolor causado por las pérdidas, la familia cristiana seguirá acogiendo y cuidando, con todo cariño, a los más débiles, que muchas veces son rechazados o despreciados, ya que ésta valora la vida en todas sus etapas y condiciones de salud o enfermedad. Asimismo, ha de dar testimonio de fe al situarse entre otras víctimas, elaborando el duelo con la certeza de que Dios nunca nos abandona, en el Calvario siempre está Cristo crucificado. Y finalmente, por su Resurrección, nos abre las puertas del cielo.
La mayor misión de la familia, con pandemia o sin ella de por medio, siempre será aquella que San Juan Pablo II pedía: “En el designio de Dios Creador y Redentor la familia descubre no sólo su «identidad», lo que «es», sino también su «misión», lo que puede y debe «hacer». El cometido, que ella por vocación de Dios está llamada a desempeñar en la historia, brota de su mismo ser y representa su desarrollo dinámico y existencial. Toda familia descubre y encuentra en sí misma la llamada imborrable, que define a la vez su dignidad y su responsabilidad: familia, ¡«sé» lo que «eres»!” (FC,17).