Continuamos con la segunda parte del comentario de José Antonio Mellado sobre la Encíclica Fratelli Tutti centrado en la relación del hombre con los demás.
CAPÍTULO II. UN EXTRAÑO EN EL CAMINO.
El Papa va a poner en el centro de esta sección la Parábola del Buen Samaritano que todos conocemos, para profundizar aún más en la situación de los inmigrantes y descartados del sistema global en el que vivimos (pobres, discapacitados, desempleados, enfermos, ancianos…). Todo este bloque pretende hacernos interactuar con el texto al proponérsenos la pregunta ¿Con quién te identificas?
En la parábola podemos ser cualquiera de los dos personajes que pasan de largo dejando atrás a la víctima malherida. También podemos identificarnos con el samaritano que se compadece de él y le presta su ayuda. La respuesta que demos va a estar vinculada según el Papa a otra pregunta ¿Quién es mi prójimo? En una llamada de atención a nosotros los creyentes el santo Padre nos insta a que no pasemos por alto que los personajes que dan un rodeo y no atienden al samaritano son “personas religiosas”, un sacerdote y un levita lo que indica que el hecho de creer en Dios y de adorarlo no garantiza vivir como a Dios le agrada. (nº 74). Por lo tanto son cómplices de los salteadores que han maltratado a la víctima. Como ellos también existen hoy otros colaboradores que ante los descartados de nuestra sociedad contemporánea nos mantenemos al margen. A veces incluso la misma Iglesia no ha estado lo suficientemente atenta a condenar estas formas de exclusión y violencia incompatibles con nuestra fe (nº 86).
Debemos tener siempre presentes las palabras de Jesús ante la multitud de maltratados de hoy «Fui forastero y me recibisteís» (Mt 25,35). Con esta actitud veremos siempre en el hermano abandonado o excluido a Jesús crucificado que nos sale al encuentro.
CAPÍTULO III. PENSAR Y GESTAR UN MUNDO ABIERTO.
En las líneas de este bloque el papa va a apostar por una sociedad fraterna y abierta dado que como él mismo afirma “la vida subsiste donde hay vínculo, comunión, fraternidad;… Por el contrario, no hay vida cuando pretendemos pertenecer sólo a nosotros mismos y vivir como islas: en estas actitudes prevalece la muerte” (nº 87). Para ello debemos salir de nosotros mismos, dejar de ser seres autorreferenciales. Surge así el amor fraternal como virtud principal y fundante. De tal modo que, aun desarrollando al máximo las demás virtudes, sin el amor fraternal no estaríamos cumpliendo los mandamientos tal y como Dios los concibe. Sin este amor así entendido posibilitamos lo que el Papa denomina “forasteros existenciales”, es decir, toda persona a la que abandonamos e ignoramos por considerarlos descartados, dado que no encajan en nuestros grupos cerrados y dotados de una identidad excluyente. Este modo de relacionarnos en círculos exclusivos no favorece la inserción ni la visualización del prójimo. En una palabra no promueven la fraternidad universal. Esta condiciona inexcusablemente a los otros dos pilares de las sociedades modernas: la igualdad y la libertad ya que sin ella ambas se vuelven raquíticas.
El Santo Padre nos insta pues a promover el amor universal que es el garante de que todo ser humano haga efectivo y pleno su derecho a vivir de manera íntegra y plena, aún cuando tenga carencias (nº 107). Ello será sólo posible si erradicamos de nuestras sociedades y podemos superar los simples mecanismos eficientistas. Un camino para su consolidación pasará siempre por buscar lo bueno y el bien del otro como prioridad, en donde cuidar la fragilidad nunca ha de estar suscitado por lo ideológico sino por el único interés del bien de mi prójimo.
En un último bloque de este capítulo el Papa recordará la enseñanza sobre la función social de la propiedad privada que hunde sus raíces en la tradición más primitiva de la Iglesia. Grandes pensadores cristianos como los Padres de la Iglesia o el mismo san Gregorio Magno sostuvieron, desde siempre, el destino común de todos los bienes creados y la idea que el derecho a la propiedad privada está siempre vinculado a la función social de esta.
CAPÍTULO IV. UN CORAZÓN ABIERTO AL MUNDO ENTERO
Frente a las políticas, estructuras económicas y modelos individualistas, el Papa va a proponer un modelo distinto. Aparentemente utópico, pero que puede materializarse y que tiene sus puntos cardinales en cuatro palabras: acoger, proteger, promover e integrar (nº 129). Para este fin debe ser condición inexcusable el fomento de modelos de gobierno integradores y de un apoyo internacional que no deje en las solas manos de los estados la resolución de temas tan problemáticos hoy día como la migración, las crisis humanitarias, el hambre, etc. Los jóvenes han de ser un baluarte firme en la solución a estas cuestiones. A ellos, pide Francisco, que no se dejen atemorizar ni influenciar de los recurrentes discursos raciales, ni estrategias y prácticas ideológicas que enfrentan a otras culturas y pueblos, en vez de fomentar el hecho palpable de que todos somos hermanos y tenemos derecho a ser acogidos. Es más, la llegada de personas de sitios y culturas distintas se convierte en un don una oportunidad de enriquecimiento de todos. Invita Francisco a la defensa de la gratuidad. Un término casi impensable en nuestras sociedades pero que, como creyentes, debemos de aplicar dado que es el modo en como Dios nos lo ofrece todo.
Pero lo global, apunta el pontífice, no excluye lo local. Aunque debe rechazarse un localismo narcisista y aislante que promueva lo que él denomina un “indigenismo ahistórico y cerrado” (nº 148), es necesario que cada pueblo reconozca y valores sus raíces, aquello que “nos hace caminar con los pies en la tierra” (nº 142). Aún así, debe prestarse atención al hecho constatado que ningún pueblo puede obtener todo de sí, en virtud de lo cual denuncia el Papa la imposición de modelos de actuación de ciertas empresas y países que sacan rédito de estos aislamientos.
José Antonio Mellado es Salesiano Cooperador y estudiante de Teología
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