Un paseo nocturno frente a la Catedral esconde, para quien lo observa con atención, una multitud de sensaciones. Algunas provienen de esfuerzos pasados como son la construcción maravillosa de la Catedral o el aroma de los naranjos décadas atrás plantados. Otras sensaciones son fruto del presente, como los villancicos del mercadillo de Navidad o la neblina causada por las castañas asadas. También se experimentan en esta contemplación ecos del futuro, como son explicaciones y risas de los padres a sus hijos viendo los belenes o los bebés durmiendo plácidamente en sus carritos. Cada realidad es fruto de la mezcla de la interconexión entre el pasado, el presente y el futuro.
Ser conscientes de esto es clave de cara a disfrutar en plenitud estas fechas tan entrañables. Los más jóvenes de cada casa tienen el deber de escuchar con curiosidad y atención a sus mayores. Estos, por su parte, deben tener paciencia con la intensidad de los más jóvenes y educarlos en el verdadero significado de la familia. Así también los adultos deben saber desconectar del trabajo cotidiano para tener la inocencia de los niños y la sabiduría de los mayores y servir de nexo entre generaciones. Cada niño será mayor y cada mayor fue un niño. Nada como la Navidad para tener la oportunidad de amarnos los unos a los otros como nos gustaría haber sido amados y como nos gustaría que nos amasen en el futuro. Estar abiertos a reilusionarnos, siendo de nuevo como esos niños pequeños que, con mirada profunda y emocionada, observan cada luz, rey mago y portal de Belén que colman nuestras calles.
Ramón Simonet