Si las madres proporcionan a sus hijos cobijo, serenidad, ternura, muestras constantes de desprendimiento, de abnegación y de comprensión, entre tantos otros, cómo no esperar de nuestra Madre del Cielo esa protección que se extiende a todos por igual porque para Ella no hay “hijo malo”. Es Madre de la esperanza, Madre del consuelo, Madre de la misericordia, Madre de la dulzura, Madre del perdón…; no hay más que acudir a las Letanías para apreciar cuán grande es el derroche de su amor. No hay más que buscar la multitud de advocaciones que se le han dado para comprobar que en todas se muestra cómo extiende su manto sobre los débiles, los menesterosos, los alejados de la fe del mismo modo con que lo hace con quienes la veneran.
María es madre del llanto, es doctora del dolor que conoció antes de que se le vaticinase que aceros multiplicados se clavarían en su corazón cuando aún sostenía en sus brazos a su divino Hijo. Es la Madre de la amargura, Madre del silencio, Madre de la fortaleza, Madre de la soledad. ¡Cuántos volverán a Ella sus ojos en esta Navidad que proyecta huecos y efímeros tintineos alumbrando luces de neón, todo con el afán de simular una dicha que está lejos de la realidad! Ni el ajetreo, las prisas y las compras son estímulos para un corazón que en el fondo seguramente intuye a una Madre de la gracia que con su fiat trajo la salvación al mundo. Eso es lo que celebramos.
No se halla la paz sin María. Ni podemos conquistar esta virtud por nosotros mismos abocados a primera de cambio a la queja, a la murmuración, a la crítica despiada, a la falta de respeto, alentando resentimientos… María es el bálsamo que cura nuestras heridas y en cada uno de nosotros como en el mundo entero se han multiplicado este año sembrando la zozobra. Que esa Madre de la Paz que a tantos recordó que la oración y la conversión harán que cese la discordia, las guerras…, ilumine nuestros pasos. Que Ella, la Madre del asombro por antonomasia, mostrándonos al Niño Dios en el Santo Pesebre, haga que estas fechas sean para cada uno el frontispicio de esa eternidad que nos aguarda.
¡Muy felices Navidades para todos!
Isabel Orellana Vilches