El Espíritu Santo nos ha convocado como Iglesia viva

Cuando pienso en el Congreso de Laicos celebrado el pasado mes de febrero en Madrid, lo primero que se me viene a la cabeza es el agradecimiento por haber podido asistir, e inmediatamente pienso ¡cuántas buenas personas he conocido! He tenido la oportunidad de hablar “de lo que de verdad importa” con creyentes de Sevilla que llevan muchos años comprometidos, de fe madura, que saben que ellos también son Iglesia, dándome a conocer los distintos ámbitos en los que trabajan, y a los cuales representan, con sus dificultades y sus éxitos, deseosos de compartir su labor con homólogos de otros puntos de España.

Es muy gratificante ver cuánto bien se hace en nuestra Diócesis. También he conocido a jóvenes que acaban de incorporarse a esta misión, ávidos por saber de la experiencia de los mayores, intuyendo que estas vivencias contadas de primera mano y que le han supuesto a la persona organizar su vida poniendo a Jesús en el centro y dejándose guiar por Él, pueden serles muy útiles a la hora de tomar sus propias decisiones, y discernir el camino a tomar en sus vidas. Y es que la fe en Jesús, el seguimiento de su persona y el marchamo que imprime en el corazón de sus discípulos es siempre el mismo: hacerlo todo por AMOR. Lo que varía es la forma concreta de llevarlo a cabo.

Agradecimiento a Dios, también por la fecha en que se ha celebrado, apenas tres semanas antes de declararse la pandemia. ¡Qué nefasto hubiera sido que esta multitudinaria reunión se hubiera convertido en un enorme foco que expandiera el virus por todo el país!

La segunda palabra que suscita en mí es alegría, al ser consciente de que es el Espíritu el que nos ha convocado, y de que nuestra Iglesia está viva. Alegría de compartir eucaristías, oraciones y meditaciones con nuestros Pastores, pero también algunos momentos de charla informal. Alegría, en fin, de escuchar las magníficas exposiciones de los ponentes, en las que tan importante era lo que decían como la felicidad que transmitían al hacerlo.

En tercer lugar, yo diría que el Congreso ha sido ilusionante de cara al futuro próximo. Hay varios motivos para ello, pero quiero fijarme en dos:

El primero en cuanto al Primer Anuncio: el kerygma, base sobre la que se sustenta el cristianismo. Es muy gratificante saber que los distintos métodos que se están llevando a la práctica, algunos desde hace ya varias décadas y otros recién estrenados, son magníficas herramientas para acercar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo a Jesucristo. Todos ellos lo que procuran es facilitar que la persona tenga un encuentro personal con Jesús, sabiendo con toda humildad que en último término queda en manos del Espíritu Santo. Ese primer encuentro que enamora y cambia la vida porque hace que todo cobre sentido. Que nos hace tomar conciencia de que somos solo criaturas, pero muy amadas por nuestro Padre Dios. Ese primer encuentro que nos marca hasta el punto de recordar la fecha y las circunstancias en que se dio, y al que nos recomienda el Papa Francisco que traigamos a la memoria ante problemas o situaciones difíciles que nos hacen dudar, porque tiene el poder de revitalizarnos espiritualmente.

Ilusionante también para mí, intercambiar impresiones y vivencias en cuanto al Acompañamiento a personas con diversidad funcional. Emotivos testimonios de personas con graves discapacidades, y a veces con progresivo deterioro físico, que viven profundamente su fe y son elementos muy activos en sus parroquias o comunidades. En cuanto a la parte que me toca como madre y miembro de una realidad eclesial, tuve la oportunidad de hablar con otra madre que representaba esta misma realidad eclesial en la otra punta de España. Sus vivencias, anhelos y motivaciones eran muy similares a los míos, lo que me confirma que efectivamente las familias en cuyo seno hay una grave discapacidad, necesitan ser apoyadas y acompañadas espiritualmente, y que este acompañamiento debería ser llevado a cabo, al menos en parte, por familias específicamente formadas para ello.

Por último, la palabra que más compromete: responsabilidad. Y hay que tomárselo muy en serio. Por el bautismo entramos a formar parte de la Iglesia, Pueblo de Dios y Cuerpo Místico de Cristo. Nuestra principal misión es dar a conocer a Cristo y su Palabra, y somos conscientes de ello, por lo tanto no tenemos excusa para dejar de hacerlo.

Cada uno tiene una misión que cumplir y para la que ha nacido. Como cristianos tenemos que colaborar en traer el Reino de Dios que Jesús predicó a nuestro mundo. Un mundo que se ha apartado de Dios pero que paradójicamente está sediento de espiritualidad, y en el que cada vez más los valores brillan por su ausencia. Sabemos que para cambiar la realidad tenemos que comenzar por cambiar nosotros mismos, por convertirnos. Para ello contamos con los sacramentos, con la Palabra de Dios y con la oración. Necesitamos formarnos para profundizar en nuestra fe, y para poder transmitirla. No se trata simplemente de adquirir conocimientos que aumenten nuestra cultura como si de cualquier otra materia se tratara. Se trata de que nuestra fe crezca y madure, de conocer más a Jesús y sus enseñanzas, y así poco a poco parecernos más a Él, nuestro Señor y Maestro. Esta formación, al igual que nuestra conversión, es tarea de toda una vida, y la materia debe ser en primer lugar la profundización en la Palabra de Dios: la Biblia, y en segundo lugar la Doctrina Social de la Iglesia.

Por último, no podemos olvidar que como laicos vivimos en medio del mundo, y nuestra principal tarea evangelizadora la realizamos dando testimonio con nuestra propia vida.

 

 

                                                           Dolores Romero Chacón, coordinadora de Iglesia y Discapacidad (Sevilla)