Nada más llegar a la estación de Santa Justa y partir hacia Madrid para participar en el Congreso Nacional de Laicos, al saludar a todas las personas que representábamos a la nuestra archidiócesis me llegó la mente mi primera reflexión:
Somos un grupo pequeño que representa a distintas realidades de la Iglesia de Sevilla en sus circunstancias personales: distintos trabajos, distintas circunstancias familiares, distintos movimientos, distintos carismas, todos con un denominador común que nos exige una gran responsabilidad; somos nada más y nada menos que “un grupo de laicos en medio del mundo”.
Si esa fue mi percepción cuando salimos de Sevilla, al llegar a Madrid la multipliqué por mil. A la largo de la Jornada se daban a conocer y se ponían en común experiencias y realidades de distintas diócesis que nos ayudan a multiplicar, operación matemática que debe tener siempre en mente un laico comprometido. Nos encontrábamos laicos de todas las diócesis de España, desde la más grande a la más pequeña, con distintas idiosincrasias del laicado. Y todas las experiencias nos ayudaban a sumar y a multiplicar.
No he parado de sumar y multiplicar a lo largo de la Jornada acompañados por Obispos y sacerdotes de todas las diócesis, reflexionando sobre cómo nos necesitamos y nos complementamos: los sacerdotes nos necesitan para llevar la cabo la misión que Dios y les ha encomendado y los laicos necesitamos el acompañamiento de nuestros sacerdotes para que en nuestras familias, profesiones y ámbitos sociales donde nos movemos seamos capaces de dejar la huella de Dios.
Han sido también días para reflexionar sobre los desafíos que se nos van a presentar en la sociedad actual y que los que los laicos vamos a estar llamados a resolverlos, o por lo menos intentarlo. Todo será más fácil si contamos con un laicado bien formado, con una formación integral y permanente que nos ayudará a resolver las situaciones con un sentido cristiano.
Fueros también días de oración, por la Iglesia, por el Papa, por los Obispos y sacerdotes que nos acompañaron, así como por los frutos espirituales del Congreso, que estoy segura que a día de hoy han sido muchos.
Iglesia de acogida, diálogo, acompañamiento, primer anuncio, presencia en la vida pública, caminar juntos, comunión, alegría, compromiso, formación y ORACIÓN, todo lo subrayaría para que nunca olvidemos que hemos sido llamados a ser laicos en medio del mundo para sumar y multiplicar.
Ana Capote, colaboradora de la Delegación diocesana de Medios de Comunicación