El pasado mes de febrero, tuve la dicha de formar parte de la delegación que la Archidiócesis de Sevilla envió a Madrid para participar en el Congreso de Laicos, como presidente diocesano de Acción Católica.
Las experiencias vividas son difíciles de expresar con palabras. Lo compartido, lo vivido durante esos días, fue para mí una experiencia de alegría cristiana que no puede quedar inmerso en meros informes, sino que desearía que llegara a todos los laicos que forman nuestra diócesis, tan rica en movimientos, asociaciones, hermandades e instituciones eclesiales.
En los últimos meses hemos visto como nos ha cambiado sustancialmente la vida debido a la pandemia sufrida. Nos puede dar la impresión que el Congreso de Laicos queda ya arcaico ante la nueva situación que se nos ha presentado. Sin embargo debemos de retomar el camino que nos ha marcado el congreso, con todas las reflexiones realizadas en nuestras parroquias, movimientos o asociaciones durante la fase del precongreso y con la comunión vivida en el mismo congreso, donde al profundizar en los cuatro itinerarios pudimos descubrir los procesos y proyectos que se están desarrollando en las distintas diócesis. Pudimos compartir nuestras dudas, nuestros anhelos, nuestras esperanzas y hablábamos de actitudes que queríamos convertir o potenciar para ser realmente ese “Pueblo de Dios en Salida” al que nos llama hoy la Iglesia y la sociedad.
Todo esto nos lleva a mirar el futuro con esperanza, una esperanza amparada en esos proyectos, esas actitudes que descubríamos en el Congreso y que nos anima a levantar la voz como cristiano en nuestra sociedad, desterrando el individualismo, el pesimismo, el miedo y potenciando la comunión, la acogida, el diálogo, centrándonos en la parroquia como ese motor necesario para que todo esto lo podamos vivir en plenitud y poder llevar el anuncio explícito del Evangelio a todos nuestros hermanos.
Un anuncio que no podemos esconderlo en el interior de los templos, sino que debemos anunciarlo allí donde más se necesita actualmente, es decir, en el centro de la sociedad tan castigada por la enfermedad, por el paro, por las divisiones políticas, ayudando a facilitar ese encuentro personal con Jesucristo.
De todo lo vivido en el Congreso, personalmente destaco dos puntos que van de la mano. Uno de ellos sería la sinodalidad, es decir la escucha atenta, el diálogo y la participación conjunta de toda esa diversidad tan rica de la Iglesia (y que podemos disfrutar en nuestra Archidiócesis de Sevilla).
El segundo punto sería la comunión, el caminar junto, como decía el Señor: “Que todos seamos uno para que el mundo crea”. Debemos estar unidos, ya que estamos enviados para dar una respuesta común de amor, esperanza y alegría cristiana, caminando juntos hacia ese “Renovado Pentecostés” que lleve a transformar el mundo.
En este sentido, el mismo Papa Francisco dirigía estas palabras a los asistentes al Congreso: “Para llegar a esta celebración han recorrido un largo camino de preparación, y esto es hermoso, caminar juntos, hacer “sínodo”, compartiendo ideas y experiencias desde las distintas realidades en las que están presentes, para enriquecerse y hacer crecer la comunidad en la que uno vive.”
En este caminar juntos no podemos dejar de lado la formación del laicado, una formación sin la cual no podremos llevar a cabo la tarea que actualmente nos pide la Iglesia.
Según el auto examen que refleja el Instrumentum laboris del Congreso, que recoge aportaciones enviadas por 2.485 grupos, en los que han participado 37.000 personas, los laicos reconocen que necesitan mejorar la formación. Dice así su texto más claro: «Por último, pero no por ello menos importante, descubrimos debilidad en lo que hace referencia a la formación. Experimentamos en este contexto la necesidad de una formación más plena, más auténtica y propia de la vocación laical, en la que la Doctrina Social de la Iglesia ocupe un lugar central junto con la profundización en la Palabra de Dios»
Para conseguir esa formación plena, el laico del siglo XXI debe estar fortalecer estas seis dimensiones:
1º. ANUNCIAR la dimensión misionera.
2º.CONOCER los contenidos doctrinales, las buenas intenciones no son suficientes hoy en día para dar testimonio. Necesitamos saber por qué somos creyentes y como es nuestra fe. Sin formación cristiana no hay evangelizadores consistentes, maduros. No podemos vivir en una eterna adolescencia en lo que respecta a nuestra fe.
3º.ORAR personal y comunitariamente
4º.CELEBRAR los Sacramentos. La oración debe ir acompañada de la celebración en la fe. Para ello la parroquia nos ofrece la oportunidad de hacerlo de forma comunitaria.
5º.COMPARTIR la vida comunitaria.
6º. VIVIR la moral cristiana. Nuestra fe es un regalo de Dios que no se puede quedar encerrado ni dentro nuestro ni dentro de las parroquias. La fe no es nuestra, Dios nos la da para que anunciemos su palabra. Necesitamos vivir nuestra fe, es decir debemos vivir cristianamente.
Estas 6 dimensiones buscan fundar los principios espirituales que permitan al cristiano buscar la unidad entre la comunión con Dios y con el prójimo, entre la oración y el compromiso, entre la contemplación y la acción, entre la gratuidad y la entrega.
Rafael Morillo,
Presidente de Acción Católica General – Sevilla