Los tiempos del Señor no son nuestros tiempos ni sus caminos nuestros caminos. Quizás llame la atención comenzar así, pero mi participación en este congreso de laicos ha sido algo regalado y cómo todo regalo algo sorprendente, sorpresivo. Considero el Congreso de laicos como una experiencia creciente. Algo regalado que me ha llevado de la comodidad al compromiso. Del “sal de tú tierra”, de tú comodidad, de tu zona de tranquilidad al “Id y enseñad”.
Estamos en proceso. Somos peregrinos esperando alcanzar la meta prometida al final del camino. La meta es importante pero el camino lo es más. El Congreso me ha recordado continuamente la importancia de recorrerlo juntos. Fue una sorpresa ser llamado a participar, fue una sorpresa el participar y es una incógnita ilusionante y sorpresiva el camino que nos queda por recorrer en comunidad.
El Congreso me ha mostrado, de manera más clara aún, la realidad de la Iglesia comunidad, de la sinodalidad de la Iglesia.
Han sido días en los que he sentido una Iglesia viva, entregada y abierta a todas las realidades. Una Iglesia que busca acercarse a todas las personas. Todas las ponencias y los itinerarios de trabajo nos han ayudado a ahondar en los pilares de nuestra fe, a cementar para seguir construyendo desde nuestras realidades particulares.
La organización diocesana me asignó participar en los itinerarios 6 “Primer anuncio. Centros educativos” y 13 “Acompañamiento. Escuela”. He de reconocer que me sorprendió la manera ágil y efectiva de organizarlos y pasar de asamblea (2000 personas) a grupos de diálogo y reflexión (25 personas).
“Primer anuncio. Centros educativos”.
La importancia de redescubrir el primer anuncio de llegar al proceso de conversión desde la palabra viva y el testimonio de vida que llega al corazón. Dejar esa fe dormida o adormecida para despertar y, de manera audible, experimentar la sacramentalidad de la palabra de Dios. Una invitación al “profetismo laico” del bautizado. En alguno de los testimonios la confusión de catequesis y enseñanza religiosa escolar resultó muy evidente. En esta parte del Congreso eché en falta un acercamiento a la realidad educativa pública, a las periferias educativas. Todos los testimonios y experiencias en los que estuve presente se centraron en centros católicos concertados o privados. Quedó vacía la realidad educativa publica. Es algo que sigue siendo asignatura pendiente en nuestra Iglesia más allá de la presencia del profesorado de Religión.
“Acompañamiento. Escuela”
La experiencia de vivir en comunidad, de no estar solos y de comprobar que la llamada a seguir a Cristo nos une, con nuestras diferencias, en una realidad viva y plenificadora. Acompañar para crecer juntos, sin protagonismos, y recorrer un mismo camino de manera confiada y con paso firme. Peregrinos y no caminantes errantes. Un cristianismo de “projimidad” e interdependencia donde hemos de clarificar, discernir y descubrir el otro es el importante.
Todo en el Congreso estaba dirigido a sentirnos comunidad viva. Desde las ponencias y encuentros hasta los momentos de descanso y oración. Hemos vivido las celebraciones de la Eucaristía de una manera rica y singular con la participación de todos y sintiendo un mismo espíritu.
El concierto nocturno y los momentos de animación musical en los descansos nos han ayudado también a sentir la fuerza del Pueblo de Dios. Fuerza de Dios que impulsa a salir de los confines materiales y adentrarnos en el mar del mundo.
Creo que el Congreso de laicos del pasado mes de febrero debe llevarnos a una nueva evangelización con cambios en las formas de transmitir el mensaje pero unidos en la diversidad. Nos toca ahora estar a la altura de lo vivido en esos días y ser testigos en salida para enseñar el enamoramiento de Dios.
Javier Sierra López, miembro de la Delegación Diocesana de Enseñanza