Si bien ya llevábamos unos años oyendo hablar de la organización de un Congreso Nacional del Laicado con unos objetivos y fines muy enfocados a lo que implica el protagonismo del laicado en nuestra Iglesia, no fue hasta el año 2019 cuando realmente tomamos conciencia de su importancia. Fue, sobre todo, a partir de la recogida de aportaciones según el guion diseñado por la Comisión organizadora del Congreso; aportaciones que pretendían mostrar una fotografía fiel del estado del laicado en la Iglesia y de fondo, del estado de la Iglesia en general.
Gracias al esfuerzo de la Delegación de Apostolado Seglar del Arzobispado de Sevilla, la participación del laicado sevillano fue de la más numerosa en cuanto a las aportaciones. Y ahí estaba la riqueza, en el hecho de que había participación efectiva por parte de movimientos, parroquias, hermandades, personas no organizadas… una gran participación que permitía una mirada más objetiva, más amplia, recogiendo visiones, experiencias vitales, situaciones que permitían una visión mucho más exhaustiva del ser laico/a en la Iglesia, en concreto de Sevilla.
Cuando en enero me comunican que voy a acudir al Congreso como responsable de la HOAC de Sevilla, la ilusión y la responsabilidad pesaron al mismo tiempo. Ilusión porque podría vivir y compartir con otros hermanos y hermanas en la fe lo que significaba apostar por la Iglesia en un momento imprescindible para hacer presente el mensaje de Jesús. Responsabilidad, porque sin duda era una tremenda responsabilidad representar a la Iglesia de Sevilla, al laicado de Sevilla; menos mal que no iba solo, y la delegación de Sevilla en el Congreso del Laicado era digna representante de la realidad de la Iglesia sevillana.
Participé en dos itinerarios: el acompañamiento y la presencia en la vida pública, con ponencias iniciales, diálogos en grupos, intercambio de experiencias… y de eso me di cuenta, que el Congreso estaba enfocado hacia lo vivencial, hacia las experiencias, no pesaban las formulaciones teóricas sino que todo se transmitía desde la experiencia, desde el testimonio personal y directo, algo que, en definitiva, permitía una mayor riqueza al acceder al contenido de los planteamientos. Además, favorecía el diálogo, el debate, la reflexión compartida, y todo con un sentir común: todos y todas formábamos parte de una misma Iglesia, un mismo sentir con caminos distintos pero convergentes. Disfruté en la vigilia de oración, los testimonios de las personas que participaron nos hicieron más rica la celebración. Disfruté al ver tanta presencia de obispos en el Congreso, participando en algunos casos en los talleres o pequeños grupos de reflexión y diálogo (conmigo estuvo el Obispo de Las Palmas, como uno más). Lo interpreté como un respaldo y la necesidad de escuchar al laicado desde la cercanía, nadie se lo había contado o lo habían leído, el laicado allí presente les transmitía a nuestros pastores lo que requeríamos y vivíamos. Disfruté con la pequeña capilla instalada en el centro de la sala donde se celebraban los plenarios. Me impresionó la organización del evento, la alegría y la actitud de servicio del voluntariado como gracia compartida. No me gustó en exceso la Eucaristía del final del Congreso, no creo que esa forma de celebrar, excesiva, distante, poco participativa… deba ser el ejemplo de Eucaristía de cercanía y comunitaria…
Pero, sobre todo, pude constatar que la Iglesia está, sobre todo y ante todo viva, pero que su vida depende del protagonismo del laicado, continuamente presente en todas las reflexiones, de nuestro ser misión. Es preciso tomar conciencia de esta importancia, el laicado debe tomar conciencia de ello, y el clero, también.
De cualquier modo, todos estábamos de acuerdo que el Congreso no es más que el inicio, no termina aquí, comienza aquí. Muchas de las personas que estuvimos en el Congreso, en los diálogos dentro y fuera del lugar, nos hacíamos la misma pregunta: ¿y ahora qué?. Ahora, nos toca que entre todos y todas las conclusiones del Congreso y los debates, las reflexiones, las vivencias, las aportaciones presentadas por el laicado de todas las diócesis, se hagan presencia viva, sean imprescindibles, sean, como se decía en las conclusiones, semilla de una Iglesia que sale a las periferias, que viva desde la oración y los sacramentos desde el sentido de comunidad, una Iglesia de puertas abiertas, cuidando lo pequeño, teniendo como prioridad a los pobres, anunciando el evangelio sin descanso, creando proximidad, un lugar de encuentro y diálogo.
En la Iglesia en Sevilla nos toca en primer lugar difundir lo que significa el Congreso, su razón de ser, especialmente las conclusiones que expresa una líneas de trabajo, a través de encuentros en parroquias, asociaciones, movimientos… Hay que acercar el Congreso, hacerlo visible y palpable.
Es preciso recoger las líneas de acción que surgen de la ponencia final del Congreso y darle una expresión práctica incluyéndolas en los planes pastorales, en los planes de trabajo de las diócesis, de los movimientos, parroquias, asociaciones…
Y sobre todo, de manera imprescindible, hay que revisar en unos años, hay que analizar lo realizado, lo que no se ha realizado y lo que falta por hacer.
En definitiva, hay que hacer camino de lo que hemos vivido y transmitir que el camino se hace juntos, con un claro sentido de la sinodalidad, de vivencia compartida.
Miguel A. Carbajo Selles, HOAC-Sevilla