“Construir una casa es formar un verdadero hogar, allí donde cada uno puede ser él mismo, porque es aceptado por su persona, sin condiciones.”
Si se quieren hacer planes para el futuro o un proyecto de vida en común, necesitamos tener una base sólida para sostenernos en las etapas del amor, para superar las dificultades que vayan surgiendo, haciendo posible que esos muros de nuestra casa sigan siendo un hogar.
El santo papa Juan Pablo II nos enseñó mucho sobre esto. Ayudaba a los jóvenes a que descubrieran la belleza del amor, enseñándoles a amar el amor humano. El, siendo un joven sacerdote, se acercaba a las familias acogiéndolas y enseñándolas a crear un ambiente en el que se pudiese fortalecer ese amor y transmitir la fe.
Como somos débiles, el cimiento de nuestra familia lo “coloca” Dios que nos ha creado y lo impregna en nuestra persona ya que Él tiene un plan ya previsto para el matrimonio y la familia.
Este amor entre el hombre y la mujer puede convertirse en un camino de santidad. Tiene que recorrer una espiritualidad que llene el proyecto de vida, una fe vivida en familia, siendo el motor de su vida misma encontrando así su verdadero sentido.
Cristo es modelo para el creyente así como la familia de Nazaret lo es para la familia cristiana.
Una experiencia personal es que las familias solas no podemos caminar. Ninguna familia debe ser una isla. Se necesita la proximidad de otras familias para vivir la fe en comunidad y la cercanía del sacerdote a la familia cristiana es fundamental para hacerlo posible.
Por todo ello, necesitamos que nos recuerden esa frase de la Familiaris Consortio: “Familia sé lo que eres”