En una parroquia de EEUU, en la mañana del 24 de diciembre, el párroco se da cuenta de que ha desaparecido el Niño Jesús del portal de Belén. Moviliza de inmediato a los feligreses que estaban presentes a buscarlo y pide que si alguien sabe algo sobre su paradero se lo comuniquen inmediatamente. Sin embargo, el Niño Jesús sigue sin aparecer en todo el día.
Cuando el párroco termina de celebrar la última Eucaristía, sale de la parroquia a dar un paseo y ve a un niño del vecindario cantando alegremente que va tirando de una carretilla de color rojo. Sus padres se la habían comprado como regalo de Navidad con mucho esfuerzo ya que el padre se había quedado en paro durante la pandemia y su madre limpiaba casas para poder mantener a su familia.
El párroco se acerca a saludar al niño y, cuál fue su sorpresa, cuando ve dentro de la carretilla al Niño Jesús que había desaparecido de su parroquia tumbado sobre una almohadita.
Le dice al niño que robar no está bien y que ese acto sería castigado; el chiquillo mira tímidamente al párroco y empieza a llorar desconsoladamente diciendo:
– “Padre, yo no robé al Niño Jesús. Yo le pedí a Él durante muchas Navidades que me trajese una carretilla y le prometí que si me la traía sería Él el primero al que pasearía. Yo le hice esa promesa y ahora iba de camino a la iglesia a dejarlo en su pesebre.”
Cada Navidad nos invita a llevar a Jesús en nuestro corazón como ese niño que, con toda su inocencia, le trataba como alguien muy cercano. Él con ese gesto quiso hacer feliz a Jesús.
¿Por qué no tomamos como ejemplo la actitud de ese niño e intentamos hacer de este mundo un mundo mejor?
Jesús dijo en una ocasión: “En verdad os digo que, si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los cielos.” Mt 18: 3