Jesús advierte a sus discípulos que serán perseguidos, incomprendidos e incluso eliminados. El Evangelio de Mateo (10:16) es explícito, pero “aquel que persevere hasta el final se salvará”. Por tanto, estamos ante una gran pregunta: ¿Somos, queremos ser cristianos de verdad, perseverando hasta el final? Esta pregunta nos ha de llevar a pensar si vivimos “como ovejas en medio de lobos” o somos nosotros mismos “lobos con piel de oveja”.
La Iglesia a lo largo de dos mil años ha vivido de todo, lo sabemos bien. Incluso en nuestro tiempo muchos han pagado con su vida el ser Iglesia. En medio de un mar de cristianos poco comprometidos, casi indiferentes, muchos viven, o quizá vivimos, como si Dios no existiera. Nuestras comunidades eclesiales navegan en medio de una intensa secularización interna y una clericalización persistente. El panorama nos provoca inquietud y al mismo tiempo mucha esperanza, precisamente en estos tiempos de pandemia, de resiliencia social, de preocupación y falta de confianza en el futuro.
En muchas ocasiones, la visión del vaso medio vacío hace que apuntalemos una pastoral de subsistencia y seamos poco exigentes con nuestra propia entrega y compromiso con el Evangelio, a pesar de tantas acciones, iniciativas, estructuras, nos falta muchas veces, sumar y crecer en una comunión verdadera fortalecida por una buena y sana relación entre nosotros, recordemos el “mirad como se aman” del principio. Van pasando los años, pasan las personas y seguimos casi en el mismo sitio. Es cierto que avanzamos en algunos ámbitos pastorales, pero lentamente y con dificultad. Caminamos hacia comunidades, hacia una Iglesia minoritaria y necesariamente servidora de todos. Sinceramente creo que este renacer nos ayudará a ver las cosas con ojos nuevos, a plantear el Evangelio a nuestros contemporáneos en medio de tantas dificultades.
En nuestras Orientaciones Pastorales 2016-2021, su quinta línea de acción promueve precisamente “avanzar en la conversión misionera de los evangelizadores y en la reforma de las estructuras eclesiales”. Por un lado, la misión es la fuente y el camino de la reforma de la Iglesia (EG), pero sin salir de nuestras aburguesadas comodidades, como Pueblo de Dios: clero, vida consagrada y laicos, y de nuestras estructuras pastorales -parroquias, comunidades…-, en las que muchas veces vivimos como islas y en algunos casos incluso compitiendo por la misma porción de queso, cuando no ignorándonos… Esta es muchas veces la cruda realidad, y mientras tanto, el tiempo pasa…, la Eternidad se acerca.
Es en la misión donde la Iglesia descubre su propia identidad y la realiza. Las dos últimas encíclicas del papa Francisco, Laudato Si y la más reciente Fratelli Tutti, han hecho que caigan muchas máscaras. Quizá hemos asumido el concepto de sinodalidad, pero participar es mucho más, en gran medida poner a producir los talentos que cada uno hemos recibido gratuitamente de Dios. Sin duda, como manifestó Congar hace años, las reformas “si no se reflejan institucionalmente, serán ineficaces”.
No obstante, el Príncipe de Maquiavelo, plantea que “no hay nada tan peligroso como introducir reformas”, ya que quien innova tendrá como enemigos todos los que se benefician del status quo que lo precede. Esa resistencia al cambio que todos llevamos dentro hay que dejarla atrás. Por ello, es importante el discernimiento para salir de nuestras comodidades, de nuestras realidades consolidadas sobre nubes, muchas veces de algodón. Estando atentos a los signos de los tiempos, siendo más humildes y encarando desde la realidad la pérdida de credibilidad en la que estamos inmersos. ¿Cuál sería el reto? Impulsar la formación de actitudes sinodales en vez de clericales por parte de todos: clero, consagrados y laicos, como nos pidió el pasado Congreso Nacional de Laicos celebrado en Madrid en febrero pasado, pidiéndonos que camináramos hacia un “renovado Pentecostés”.
La expresión “caminar juntos” representa muy bien este planteamiento pastoral, que nos lleva a promover un diálogo y una comunión profunda y abierta. En todo ello, las mujeres han de estar muy presentes desde su propia singularidad, como nos ha recordado insistentemente el papa Francisco en los últimos años.
El santo de Asís, tan de actualidad, nos da la clave: “Señor, renueva tu Iglesia, empezando por mí”. Pero antes debemos en primer lugar, hacer una elección, una importante elección, elegir ser oveja o ser lobo. No caben medias tintas. A partir de ello, podríamos hablar de “dinamismo misionero”, de “pasión misionera”, de “conversión personal”. Si no cambia el corazón, de nada servirá que cambien las estructuras. De hecho, si no cambia el corazón no cambiarán las estructuras. Y caeríamos en ese círculo vicioso que representa una actitud de gatopardo “que las cosas cambien para que todo siga igual” y estaremos más en “ocupar espacios de poder que en generar procesos” (EG), para abrir nuevos horizontes al Evangelio en el mundo de hoy.
De nada sirve cambiar de ropa, si el cambio no nace del corazón, no se transformará ni la vida de cada uno, ni las estructuras. Estructuras muy varadas en viejos esquemas y que se resisten muchas veces a que las cosas avancen de otra forma, por intereses personales, limitaciones o por falta de mirada sobrenatural. Lo mundano esta muy arraigado en nuestras vidas y nuestras estructuras, así será casi imposible anunciar de nuevo el Evangelio.
La defensa más eficaz contra los “lobos”, es la prudencia y la sencillez, recordad los célebres cuentos Caperucita Roja, Los tres Cerditos… Estos animales, muchas veces denostados, tienen unas características muy particulares, cazan en manada y protegen su territorio de tal manera, que es muy difícil y peligroso que alguien intente invadirlo. El Señor alerta a sus discípulos con lo que se iban a encontrar, que tendrían que adentrarse en un territorio controlado por sistemas, estructuras, poderes, filosofías de vida totalmente contrarios a Dios.
La oveja, también en el Evangelio, aparece como un animalito indefenso, tierno, inteligente, que se quedan descarriada si no va entre su rebaño y en compañía de su pastor. Son algo miedosas y cautas. Al mismo tiempo, nos proporcionan lana, leche, cuero… No todas las ovejas son blancas, siempre hay alguna oveja negra, que destaca por encima de los demás, bien en sentido positivo o negativo. Alguien que tiene la suficiente personalidad para seguir adelante, para abrir caminos, a veces para conseguir nuevos pastos y otras para hacer caer el rebaño por un precipicio.
La clave, en muchas ocasiones, no es ser lobo u oveja. La clave es no ser lobo con piel de oveja. Podríamos recordar ahora la célebre frase atribuida a Albert Einstein “para ser un miembro inmaculado de un rebaño de ovejas, uno debe, sobre todas las cosas, primero ser oveja”.
Enrique Belloso, delegado diocesano de Apostolado Seglar