Hay momentos en la vida en la que uno es más consciente de la fuerza de estas palabras de Jesús en el Evangelio “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla” (Mt 11, 25-27), como cuando hace unos días, una sevillana universal, la Madre Trinidad, fundadora de la Obra de la Iglesia, pasó a la Casa del Padre. Ella fue ejemplo sencillo y grande a la vez de lo que Dios obra en las personas que lo aman. Mostrando con toda su vida que “Dios es para todos”, que, por nuestro bautismo, por nuestro ser Iglesia, participamos de la misma vida de Dios y que todos estamos llamados a esa vida buena.
Desde niño he tenido la gracia de conocerla, de sentir su amor por la Iglesia y su entrega por los demás. Después de una larga y fructífera vida consagrada a Dios, el Señor la ha llamado junto a Él. Sin duda, ella es una “santa de la puerta de al lado” como nos recordaron en la homilía de su funeral en la Basílica de San Pablo Extramuros de Roma, haciéndose eco de esta expresión del Papa Francisco. Todos los que estábamos allí y los que la conocieron y recibieron sus enseñanzas a lo largo y ancho de nuestro mundo, deseamos que un día pueda ser elevada a la veneración de toda la Iglesia.
A lo largo de los años hemos podido compartir momentos entrañables con la Madre Trinidad en encuentros y celebraciones; y percibir su alegría desbordante, su orgullo de ser andaluza, su mirada azul cielo, su palabra repleta de vida, su presencia que lo llenaba todo, su carácter abierto y cercano a la vez.
Recuerdo con cariño cuando nació mi primer hijo y la llamé para darle la noticia, me preguntó que nombre le pondría y le dije que Enrique, le gustó mucho que llevará mi nombre. Me dijo que no había mayor don que la vida, ni mayor responsabilidad para unos esposos que transmitir la fe a sus hijos, palabras que se nos quedaron grabadas a fuego. Años más tarde, desde Sevilla llevamos a Roma la imagen titular de la Parroquia de Nuestra Señora de Valme, que la Obra de la Iglesia tiene encomendada en Roma, para ella fue una gran bendición y para los que ayudamos a realizarlo una gran gracia. Me emocionó que la imagen presidiera sus exequias en Roma.
Vivimos ahora un tiempo de acción de gracias, por eso en estos días de descanso y vida familiar, que tanto todos necesitamos, es importante buscar tiempo para mirar más allá, entrar dentro de nosotros mismos y descubrir en compañía de otros las maravillas que Dios ha hecho en nuestro mundo. Descubriendo a Dios en todas partes y muy especialmente en nuestro prójimo, que muchas veces es invisible para nosotros. Quien se acerca a Dios, lo descubre también en los demás. Por eso necesitamos contemplar el mundo con los ojos de Dios. En tiempo de descanso podemos y debemos acercarnos más a este misterio insondable que es Dios a través de los acontecimientos que vivimos, pero hemos de estar a la escucha.
En la vida acelerada en la que estamos inmersos, con sus matices virtuales, muchas veces tan superficiales, situarse ante la figura de una mujer como la Madre Trinidad nos puede ayudar a resetear de nuevo nuestra existencia y a ser más conscientes de lo que significa ser cristiano, seguidor de Jesucristo. Por eso, hay que ponerse en camino todos los días para dejarnos encontrar por el Señor, como en Emaús. En ese camino no vamos solos y percibimos muchas veces que “Dios es la razón de ser de todo”.
Estos días para los que tuvimos la inmensa gracia de compartir su tiempo son momentos de profunda esperanza donde resuena con fuerza el lema de toda su vida: ¡Gloria para Dios! ¡Solo eso…! ¡Lo demás no importa…!
Enrique Belloso Pérez