Nuestra generación está viviendo su propio Getsemaní, estamos doblegados, nuestros planes anulados, nuestros proyectos pospuestos y nuestra vida parece congelada. De un plumazo destronados, en nuestro orgullo triturados y nuestras esperanzas puestas en una vacuna… Si contemplamos nuestro entorno pastoral, muchos piensan que la vida de la Iglesia se ha interrumpido. Pero esto no es así, la celebración de los sacramentos se ha visto afectada, pero también vivimos nuestra fe en Cristo de diversas maneras, y así la llevamos a los demás con los medios que disponemos, con creatividad e ilusión. La pandemia nos debe ayudar a comprender mejor a nuestra sociedad y a discernir una nueva visión de la Iglesia, hacia adentro y también en su relación con el mundo.
Mientras tanto, muchos viven como ovejas sin pastor, en una soledad física o interior que espanta, la pandemia de la soledad no buscada, es también una gran pandemia que se ha visto agravada por las actuales circunstancias socio-sanitarias y económicas. Ante esta situación no podemos quedarnos igual, hay que reaccionar. Recientemente, el surcoreano Byung-Chul Han ha escrito en La sociedad del cansancio, que es necesario “el cortocircuito que suponen el pensamiento propio y la soledad”, algo que ya planteó Santa Teresa de Ávila con su “estar en soledad”. El filósofo sevillano Emilio Lledó, nos da otra perspectiva: «El pensamiento siempre es fruto de la soledad«. Por otro lado, filósofos de distinto signo han preferido la soledad a la vida social, Nietzsche, Kafka, Thoreau, entre otros, han escogido vidas esencialmente solitarias. El filósofo griego Platón creía que la soledad es deseable porque nos permite pensar sin distracciones. Y como símbolo de la soledad buscada, mientras vivía solo en su cabaña en el bosque, Henry David Thoreau escribió: “Jamás hallé compañera más sociable que la soledad.”
Para nosotros la soledad de Jesús en la Cruz es nuestro modelo, no es una soledad estéril, vacía, ni una soledad egoísta, es una soledad que rompe en vida, que nos abre a todos a una nueva vida y que está preñada de esperanza. Jesús comparte su soledad en la cruz con su madre, que se abre a una maternidad que abarca a toda la humanidad, por eso, no podemos sentirnos nunca solos, ni desamparados. La soledad así entendida se transforma en luminosa vida, una vida que se parte y reparte para todos. Sin embargo, los datos de las personas que se sienten solas, nos interpelan, no nos pueden dejar indiferentes. Por ello, una sociedad que no cuida, que no protege, que no acompaña, que abandona, es una sociedad enferma. Una Iglesia que no sostiene, que no abraza, que no se hace cercana es una estructura vacía, hueca. Pero Jesús si responde, suple en tantos cirineos que nos llevan de su mano, nos dan su calor, su confianza y su amistad. En Jesucristo, Dios ha compartido la soledad del mundo y del hombre, a quien ha creado justamente para ser su compañero. De este modo, ha unido su destino al nuestro.
El teólogo Olegario Gonzalez de Cardedal, nos recuerda en su obra, Jesucristo, soledad y compañía, qué en Jesucristo, Dios ha compartido la soledad de los pobres y de los marginados, de los descartados…. Pero al mismo tiempo en el mismo Jesucristo muchos se sienten cada día acompañados. Quienes seguimos a Jesús, entramos en relación, en comunión con muchos, en este espacio la soledad no tiene lugar, y si existe de alguna forma se puede reconocer y sanar. También Maurizio Chiodi, miembro de la Academia Pontificia para la Vida, nos dice que como enfermo con el Covid, ha experimentado «como Jesús en la Cruz, los que están enfermos están instruidos por el mal sufrido y el bien recibido«. Sin duda, es un misterio profundo que se nos escapa y nos plantea, al mismo tiempo, grandes preguntas. Busquemos la amistad con Jesús, ésta si es verdadera se transforma en una amistad social que nunca nos hará sentirnos solos.
Antonio Machado recogió en un famoso poema una copla popular “¿Quién me presta una escalera?” e hizo una bella y subjetiva reflexión sobre el modo que los andaluces tenemos de vivir la religión. Machado parece que critica que nos fijamos en la Cruz con mayúsculas que refleja todos nuestros sufrimientos, que nos identificamos más con la soledad de Jesús en la Cruz, que con él Jesús de los milagros “que andaba en la mar”. Pero es él mismo Jesús, Él que caminaba por los caminos polvorientos, Él que daba de comer a multitudes, Él que guardaba silencio cuando le acusaban, Él que sudo sangre, Él que entregó su vida al Padre, Él que resucitó y nos da una vida nueva cada día. No podemos decir que estamos solos, Jesús nos acompaña siempre. Somos nosotros los que dejamos a muchos abandonados en los caminos de su existencia, en ocasiones a nosotros mismos. Jesús, el Eterno Acompañado, nos atrae de nuevo, en la soledad sonora de la Cruz, ahora que estamos iniciando la Cuaresma para decirnos mirándonos a los ojos que no estamos solos.
Enrique Belloso Perez