Nos recordaba hace pocos días el Papa Francisco que David era un pastor que acabó siendo rey, pero que tristemente fue “un enfermo de poder”. Sin duda, una de las grandes tentaciones del hombre y la mujer de todos los tiempos, la sed de poder, es una realidad que lleva a la corrupción de conciencias, personas e instituciones. En muchas circunstancias lleva a arruinar una vida aparentemente bien orientada y a propiciar situaciones de pecado e injusticia, a pesar del brillo del mundo, si rascas un poco lo que aparece es suciedad e inmundicia.
Todos somos un poco como el rey David, que quería ser un buen pastor, y que, sin embargo, en muchas ocasiones somos a la vez “santo y pecador, perseguido y perseguidor, víctima y verdugo. Pura contradicción”. En nuestra comunidad de fe vemos muchas veces situaciones que reflejan esta realidad, no hay que buscarlas fuera, en una sociedad cada vez más líquida y virtual, que vive como si Dios no existiera. Pero la escucha atenta y cercana del Evangelio nos tiene que llevar a vivirlo con confianza, sabiendo que a pesar de nuestras limitaciones el Señor va por delante.
En una sociedad como la actual, tan compleja e individualista, la búsqueda del poder a cualquier precio queda en evidencia, por mucho que se disimule. Quedan muchos por el camino, pero aquellos que son más fuertes, más sagaces, que trazan planes, articulan estrategias, generan cordadas y redes de intereses, en muchas ocasiones lograr sus objetivos a pesar de dejar a atrás a tanta gente. ¿Son felices? ¿Hacen felices a los demás? ¿Están en paz con Dios y con ellos mismos?…
Si volvemos la mirada a nuestra Iglesia, a nuestras comunidades, a nuestras vidas, a nuestras conciencias, cuantas cosas contemplemos que no nos gustan y sin embargo convivimos con ellas con total naturalidad, como si fueran lo normal, pero no lo son. La búsqueda del poder a cualquier precio ha sido siempre semilla de división en comunidades, familias, amistades… El poder por sí mismo, el interés por conseguir tal o cual cargo, prebenda, privilegio, distinción, el buscar los primeros puestos, el sentirnos diferentes del resto en nuestra comunidad eclesial, dominadores, señores de instituciones, estructuras y espacios, no libera, nos encadena a nuestros propios cálculos, a nuestros intereses espurios, y eleva la cuenta de favores debidos o recibidos.
El Papa Francisco en Evagenlii Gaudium, la encíclica programática de su pontificado, plantea una sencilla idea que nos puede ayudar a caminar, una idea que ha ido repitiendo a lo largo de los años: los seguidores de Jesús hemos de estar más en generar procesos que en ocupar espacios de poder. “Generar procesos”, muchas veces me he preguntado cuál es el sentido profundo de este planteamiento, que se contrapone a la cualquier expresión de poder desordenado e interesado.
Algunos de los referentes eclesiales que he ido incorporando a mi mochila vital como el beato Marcelo Spínola, el santo John Henry Newman y el siervo de Dios Ángel Herrera, tienen algo en común, disfrutaron de posición, a pesar de muchos contratiempos, y respeto en la Iglesia y en la propia sociedad. Tuvieron y ejercieron el poder, pero lo que de verdad hicieron fue generar procesos, iniciar aventuras vitales y apostólicas al servicio del Evangelio, pusieron en juego sus talentos, cada uno a su estilo y según sus capacidades, sin aparentar ni buscar el poder por el poder, transformándolo en servicio y, sobre todo, en un instrumento para cambiar sus entornos, para iniciar proyectos que han dado tantos frutos.
En el momento de tanta incertidumbre que estamos viviendo todos hemos de hacer un serio discernimiento sobre hacia dónde debemos caminar, qué iniciativas hemos de impulsar, cómo hemos de interpretar los signos de los tiempos, qué ha suscitado esta crisis que vivimos por el coronavirus, una crisis sanitaria, económica y social, y por tanto global. Lo fundamental es no cerrar los ojos, mirar a nuestro entorno, sumar iniciativas, descubrir que tenemos que saber trabajar en común, generar equipos que impulsen procesos que generen nuevas relaciones, nuevos proyectos, nuevos senderos para la evangelización.
Sabemos bien qué para no caer en esas ansias de poder, necesitamos estar cerca de Jesús, mirarlo, escucharlo, en una oración callada, sencilla, confiada, avivando nuestra fe, teniéndolo presente en nuestra vida: cuando tomamos decisiones, cuando concretamos proyectos al servicio de todos, por eso nuestro interés no pueden ser lo primero y lo único. Hay que dejar espacio para que el Señor actúe en nosotros. Él es nuestro capitán, nuestra bandera, no podemos tener otra, sino nuestra vocación como cristianos y nuestra vida dejaría de tener sentido y quizás tome otro rumbo, alejándose de nuestro ideal.
Para sostener lo anterior tenemos que orar, hay que rezar, si rezamos a pesar de nuestras limitaciones el Señor pondrá su parte. En ese diálogo con Dios, nos mostramos tal cual somos y Él nos va acercando a su pensamiento, a su forma de obrar… Tan lejana de nuestros intereses humanos. Pasamos de “yo” al “nosotros”, del egoísmo al servicio, del construir un camino de poder a abrir nuevos horizontes personales y comunitarios, de siervos de nuestros propios intereses a discípulos, de conquistadores a misioneros, solo así podremos seguir adelante sin dejar a nadie atrás. Generando procesos que abran nuevos caminos para el Evangelio en el mundo de hoy.
Enrique Belloso