El camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio[1]. Caminar es siempre sinónimo de vida, de avances, de búsqueda, de reseteo de nuestra existencia. Como en Emaús (Lc 24, 13-35), solo caminando juntos, entorno a Jesús, nuestra vida cobra sentido. Como la de aquellos comerciantes, viajeros, soldados y familias enteras, en suma, cristianos sencillos que propagaron el Evangelio como el fuego en un cañaveral, por contagio.
He utilizado para titular este post, un canto de José Antonio Espinosa, muy popular en nuestras Eucaristías hace años, que nos sitúa ante una realidad, que no por repetida es suficientemente conocida. Todos los bautizados somos el Santo Pueblo de Dios. Quizás a muchos esto no les interese e incluso no le diga nada en su vida, pero es una realidad hermosa que tiene que iluminar el día a día de nuestra existencia como cristianos.
En los últimos años, hemos redescubierto la sinodalidad, el caminar juntos. El Concilio Vaticano II nos mostró, de nuevo, esta realidad hace más de 50 años. Sin duda, ello marcó un momento clave en la comprensión que la Iglesia tiene de sí misma, que nos ayuda a asumir una eclesiología de comunión. San Juan XXIII en su discurso de apertura dijo que la Iglesia había tomado la decisión de caminar juntos, quizás caminemos más lentos, pero lo haremos más unidos. En Sevilla, ya vivimos un Sínodo, en 1973, el Sínodo Hispalense para poner en práctica las enseñanzas del Concilio y adaptarlas a la realidad diocesana. Toda una experiencia que fue vivida con pasión e ilusión por muchos, sus frutos permanecieron en el tiempo y ayudaron a consolidar el Concilio Vaticano II en los difíciles y complejos años setenta en Sevilla.
Muchos otros hitos se han ido entretejiendo en todos esto años, ya en este siglo hemos podido vivir en primera persona dos momentos importantes para el laicado, uno en clave diocesana, y otro en clave nacional: La Asamblea Diocesana de Laicos (2006-2007) impulsada por el Cardenal Carlos Amigo Vallejo y la fase diocesana del Congreso Nacional de Laicos (2019-2020) acompañada por mons. Juan José Asenjo Pelegrina.
Cada iniciativa con su singularidad, aunque no tuvieron ni el sentido, ni la estructura de un Sínodo, si suscitó, de una u otra forma, una alta participación e interés diocesano, más de 11.000 personas en la Asamblea de Laicos y más de 8.000 en la fase diocesana del Congreso de Laicos, reunidos en unos 500 grupos por todo lo ancho y largo de nuestra geografía diocesana.
En estos meses, a pesar de la pandemia, hemos seguido trabajando en el Poscongreso de Laicos, siguiendo las indicaciones de la Comisión Episcopal de Laicos, Familia y Vida de la CEE. Hemos agradecido lo vivido y constituido el Equipo Diocesano de Trabajo del Poscongreso en Sevilla que tendrá que seguir trabajando, ya acompasando sus tareas, con la nueva convocatoria de Francisco del próximo Sínodo de los Obispos que iniciaría un nuevo proceso en todas las diócesis del mundo, el próximo 17 de octubre.
Este anuncio ha coincidido en el tiempo con un hecho singular en nuestra archidiócesis, la llegada de un nuevo arzobispo mons. José Ángel Saiz Meneses, al que hemos recibido con alegría y esperanza. Él nos exhortó en sus primeras palabras en Sevilla a “seguir caminando juntos en la vida y en la misión de la Iglesia, en sinodalidad, poniendo en práctica la espiritualidad de la comunión”, porque “el Señor nos ha elegido y nos envía para que demos un fruto abundante y duradero. A pesar de las dificultades del momento presente, a pesar de nuestra pobreza y pequeñez”. Subrayando que, para ello, es preciso “que demos testimonio del ideal de vida cristiana, con una espiritualidad recia y profunda”, todo un programa para vivir en plenitud nuestra fe.
En estos días, nuestro arzobispo nos ha ofrecido su primera carta pastoral, preñada de esperanza, donde nos anuncia que también en Sevilla en este curso, iniciaremos y viviremos el inicio, en su fase diocesana, de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que lleva por título “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”. Este proceso sinodal de 2021 a 2023 nos llevará a seguir reflexionando de “abajo a arriba” en todas las diócesis y después seguirán dos fases más, la última ya Roma. La noticia que ha pasado desapercibida en muchos ámbitos, nos situará en poco más de un mes ante un nuevo ejercicio de comunión. La sinodalidad no solo nos llevará a generar nuevas estructuras, simplificando las actuales, sino que tiene que llevarnos a una dinámica eclesial de mayor conversión personal y pastoral del modo en que concebimos la Iglesia, de cómo nos relacionamos con Dios y entre nosotros.
Sin duda, no es lo mismo hacer un Sínodo, que hacer, pensar de forma sinodal, para ello se necesita una conversión sinodal, que lleva implícita esa conversión personal y pastoral, que respeta la pluralidad, la diversidad en la unidad. No es fácil, pero hemos de suscitar de nuevo la esperanza. Ello nos lleva a pasar del “yo” al “nosotros”. Pero no podemos dejarnos llevar por simples eslóganes, si estos están vacíos, la realidad no cambia, no transforma personas y estructuras, como nos recuerda Francisco una y otra vez. Por eso, es esencial en nuestros grupos, comunidades, parroquias, diócesis pasar de las palabras a los hechos, con prudencia y mesura. Siendo creativos, pasando de las buenas ideas a concretar nuevas iniciativas, simplificando estructuras y generando procesos, con prudencia y sencillez, pero con audacia, determinación y entrega.
Entonces, ¿cuáles podrían ser algunos signos de avance en la sinodalidad? Sin duda, hay uno que es esencial en toda comunidad eclesial: la necesidad de tener un presbiterio unido, entre sí y en torno a su obispo. Además, necesitamos más que responsables de la pastoral de la comunidad, que también; personas, grupos, comunidades responsables. Por eso, es esencial no olvidar tan rápido lo vivido, hacer memoria, así tenemos siempre que construir sobre lo acontecido, e integrarlo, enriquecerlo. Por otro lado, tenemos que estar atentos, pues podríamos confundir el dinamismo que genera la comunión con los criterios con los que se organiza la sociedad a nivel institucional, y no es ese el camino por el que debemos avanzar, como insisten los responsables del próximo Sínodo. Lo nuestro es otra cosa, ya sabemos el Espíritu sopla donde quiere.
Para ir finalizando, me parece interesante destacar unas palabras que al respecto ha pronunciado recientemente el presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, el cardenal Bassetti, que plantea que “la sinodalidad es la forma externa que asume el misterio de la comunión en la vida de la Iglesia”. Subraya que la sinodalidad surge desde abajo, pero requiere espiritualidad evangélica y pertenencia eclesial, formación continua, disposición a acompañar y escuchar, a dialogar y mucha creatividad. Por tanto, si queremos crecer en nuestro caminar juntos no olvidemos estos consejos. Bassetti nos recuerda lo que ya planteó el texto Sinodalidad en la vida y la misión de la Iglesia de la Comisión Teológica Internacional de 2018. El documento nos subraya algunos rasgos esenciales del estilo sinodal: escucha, procesos, participación y responsabilidad, carismas, relaciones y diálogo.
Como nos recuerda el Documento Preparatorio del Sínodo de los Obispos presentado esta semana, la consulta a la Iglesia Diocesana, no es producir documentos, como nos insiste el Papa, sino “hacer que germinen sueños, suscitar profecías y visiones, hacer florecer esperanzas, estimular la confianza, vendar heridas, entretejer relaciones, resucitar una aurora de esperanza, aprender unos de otros, y crear un imaginario positivo que ilumine las mentes, enardezca los corazones, dé fuerza a las manos”.
Vivir la sinodalidad necesita, por tanto, más que técnicas, métodos o programas, sobre todo, un nuevo modo de vivir nuestra espiritualidad como miembros de la Iglesia, y no solo individualmente. Un nuevo modo de vivir como un pueblo que camina, caminando juntos.
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[1] Francisco, Conmemoración del 50ª aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos, 17 de octubre de 2015.