A PROPÓSITO DE LAS ÚLTIMAS ELECCIONES

Lógicamente me refiero a las elecciones generales del 20 de diciembre, no a las de la  Hermandad que haya renovado  su Junta de Gobierno recientemente.

¿Tienen algo que ver las elecciones con las hermandades? Bastante, porque las elecciones afectan a la organización de la sociedad civil y las hermandades forman parte de esa sociedad civil, a la que, además, tienen la obligación de mejorar y  ordenar con  espíritu  cristiano. En consecuencia, la preocupación de los responsables de las hermandades por el nuevo mapa social y político no sólo no es algo ajeno a su mundo, sino que les reclama de manera exigente.

De un tiempo a esta parte, desde la supuesta superioridad moral que se atribuye la izquierda -“progresista y laica”, opuesta a una derecha “retrógrada e integrista”-, se plantean e imponen las mayores extravagancias, convencidos de que al ser de izquierda son buenas. Pero la superioridad moral no la otorga una adscripción ideológica, izquierda o derecha,  sino el  reconocimiento de la dignidad de la persona, racional y libre, redimida por Cristo. El hombre no crea la Verdad, ésta se desvela ante él cuando persevera en su búsqueda. Precisamente la dignidad humana se fundamenta en la capacidad humana de conocer la verdad y adherirse a ella.

En esa tarea de influir positivamente en la sociedad, propia de las hermandades,  éstas cuentan con una herramienta especialmente útil: la Doctrina Social del Iglesia, que no es un cuerpo doctrinal cerrado, sino un conjunto de enseñanzas relativas a la vida social, presentadas por la Iglesia para orientar la conducta cristiana de los fieles y de todas las personas de buena voluntad.

La Doctrina Social de la Iglesia no  trata de ofrecer soluciones concretas, sino de presentar los principios generales que deben guiar a la sociedad.   No propone soluciones técnicas para la resolución de los problemas sociales, ni sistemas o programas económicos o políticos, ni muestra  preferencias partidistas, simplemente proclama principios éticos.  Son los ciudadanos (también los encuadrados en las hermandades) quienes han de promover soluciones concretas, actuando con conciencia cristiana y asumiendo la responsabilidad personal de sus decisiones.

No es posible conquistar el poder en un país cohesionado en torno a principios y valores sólidos,  porque la fuerza motriz de la Historia es la cultura, no la economía, ni la política. La Iglesia, y las hermandades han de jugar aquí un importante papel en la promoción de la verdad sobre el matrimonio y la familia, las relaciones sociales, … en realidad, sobre la naturaleza del hombre y su valor eterno.

Quizá por eso la Iglesia es el enemigo a batir y las hermandades a desnaturalizar. Una razón más para tener unas hermandades fuertes y fundamentadas.