Decíamos la semana pasada que las hermandades son una realidad lo suficientemente importante como para no preocuparse de dotarla de fundamentos sólidos, dejándolas sólo a la iniciativa, bien intencionada, de las Juntas de Gobierno que en cada momento las dirijan.
Utilizando un símil muy manido, poca utilidad tendría una casa de apariencia magnífica y decoración suntuosa, si sus cimientos son endebles o si sus instalaciones de luz, agua y demás, son antiguas e insuficientes.
Todas las hermandades aspiran a la excelencia; pero para ser excelentes hay que crear conocimientos y un cuerpo doctrinal, amplio y riguroso, que abarque todos los aspectos que inciden en la Hermandad. Gestionar la Hermandad sin fundamentos conduce, en el mejor de los casos a una religiosidad sin raíces que termina adoptando la forma de un panteísmo con fuerte carga sentimental.
Lo que no está fundamentado tiene el riesgo de ser arrastrado por modas o ataques, o de asumir modos y modas letales. Sin ir más lejos, el alcalde de Cádiz decía la semana pasada. “Podemos no viene a quitar la Semana Santa, sino a mejorarla, aplicando un sentido de época”.
La cimentación de las hermandades abarca la Teología, la Historia de la Iglesia, Sociología, Economía, Fiscalidad, Historia del Pensamiento, Derecho, Arte, Comunicación Institucional, Gobierno de Organizaciones y algunas áreas más del conocimiento.
Desde artículos de divulgación a trabajos académicos –especulativos o empíricos-, presentados en publicaciones de prestigio, a ponencias y comunicaciones en simposios y congresos, sin limitarse a los de temas cofrades. También tesis doctorales sobre estas materias, con amplitud de miras.
Esos trabajos, además, no han de ser sólo un depósito de conocimientos eruditos, sin impacto real. Es necesaria su divulgación, hacerlos vida, que influyan realmente en la sociedad, en las familias, en la ordenación de la realidad económica.
No es una utopía visionaria. Tampoco es un añadido o una novedad. Precisamente una de las tareas que el Código de Derecho Canónica asigna a las hermandades, con un lenguaje un tanto enrevesado, es “la animación con espíritu cristiano del orden temporal” (C.298, 1). Dicho en otras palabras: influir positivamente en la sociedad, haciéndola más acorde con la dignidad humana.
Las hermandades son una de las claves para la construcción y mantenimiento de una sociedad en la que cada uno pueda instalarse y vivir como persona.
No sé si es al Consejo, a la Escuela Diocesana de Hermandades y Cofradías, a la Universidad, a instituciones privadas, o a todos, a quien corresponde impulsar esta línea de trabajo; pero conviene empezar cuanto antes. Cofradía, Cultos y Caridad son imprescindibles; pero no son suficientes para garantizar la fidelidad en el tiempo de las hermandades a sus fines.