Continuamos nuestro trabajo de la semana anterior. Una vez definidos los tipos de fieles, laicos y clérigos, pasamos a considerar el papel que los laicos han ido jugando en la Iglesia a lo largo de la Historia.
Los laicos en la historia.
La consideración del papel de los laicos en la Iglesia ha sufrido algunas variaciones a lo largo del tiempo. En los primeros tiempos del cristianismo su papel estaba perfectamente definido y asumido: vivían a fondo su vocación cristiana; buscaban seriamente la perfección a la que estaban llamados por el Bautismo; no se distinguían exteriormente de los demás, con quienes convivían.
A partir del Siglo V, con el auge de la vida monacal, comienza un largo paréntesis en el que a la Iglesia se la identifica con la jerarquía y los fieles laicos sólo son la prolongación de la Jerarquía, fieles de “segunda categoría”.
Coincidiendo con la Reforma protestante, la pérdida de la unidad espiritual de Europa y el posterior inicio del proceso de secularización, las hermandades –las ya existentes y las de nueva creación en esa época- asumen un papel decisivo en el que los laicos cobran importantes cuotas de protagonismo y autonomía en la evangelización y en la defensa de la Iglesia.
Esa autonomía de los laicos en las hermandades, en las que, con algunos desaciertos, se canaliza su actividad evangelizadora propia, no siempre resultó pacífica y provocó varios desencuentros entre hermandades y Jerarquía, que se concretaron en cuestiones triviales (como el pulso en 1750 entre el arzobispo Solís y las hermandades, a cuenta del itinerario que habían de seguir las cofradías al salir de la Catedral), o en temas de mayor calado, como las intervenciones de la Jerarquía ante desviaciones doctrinales, iniciativas poco acertadas, o conductas incompatibles con la doctrina y moral católicas.
En el siglo XVIII, el siglo de las luces, la razón se independiza de la fe, constituyéndose en medida de todas las cosas y la libertad del hombre reinvindica una autonomía absoluta con respecto a Dios. Esta situación provoca, paradójicamente, la toma de conciencia de la especificidad y singularidad del papel de los laicos. El Modernismo lleva a la Jerarquía a impulsar la actuación de los laicos, para que hicieran presente la fe en los diversos ámbitos de la cultura. Ése es el ámbito en el que se desenvuelven en las hermandades en esa época, contaminándose en ocasiones; pero sirviendo de referencia en otras.
En el pensamiento de la época el tema de la libertad personal del individuo, con diferentes enfoques, cobra especial relevancia, también para los fieles laicos, lo que supone un fuerte impulso de éstos para intentar la necesaria “desclericalización” de la sociedad (la identificación de la Iglesia con la Jerarquía), opuesta a la “descristianización” impulsada por el Modernismo.
El Concilio Vaticano II, en sus documentos Lumen Gentium y Apostolicam Actuositatem, consagra, de forma rotunda, el papel de los laicos en la Iglesia y los papas posteriores ratifican e impulsan los criterios establecidos.