El post que presentamos hoy se desarrolla en
tres entregas: la de hoy y la de los dos lunes
próximos. No es lo habitual; pero el tema es lo
suficientemente importante como para resolverlo
en una sola entrega.
Me comentaban el otro día lo ocurrido en la iglesia parroquial de un conocido pueblo. El párroco la mantenía muy cuidada, con la ayuda de los fieles. Las tres hermandades que tenían allí su sede también colaboraban. Los cultos se celebraban con especial solemnidad. Un día, casi por casualidad, se descubrió que toda la estructura del techo, de madera, estaba invadida por termitas, que amenazaban con desplomar la cubierta de la iglesia en cualquier momento. Hubo que cerrarla y acometer el saneamiento. No sólo el techo, sino toda la estructura de la iglesia, algunos retablos y la sacristía. Parece que las obras van bien y dentro de unos meses todo volverá la normalidad. Al límite, pero se llegó a tiempo.
A veces ocurre igual en otros ámbitos de la vida. Se está muy pendiente de lo inmediato, lo visible; pero se orilla el pasado y no se otea el futuro. Así es difícil la comprensión de la realidad, que termina por aplastarnos.
Ocurrió en el pasado. En el siglo XIX Marx propuso un sistema económico que debería traer como consecuencia un nuevo modelo social y cultural. La propuesta no resultó, por eso años más tarde, un comunista italiano, Gramsci, que vivió a caballo entre los siglos XIX y XX, invirtió los términos. Su tesis era que la cultura es la que configura los modelos sociales y económicos: «El “sentido común” –decía Gramsci- es la filosofía de los no filósofos, es decir, la concepción del mundo absorbida acríticamente por los diversos ambientes sociales y culturales, en la que se desarrolla la individualidad moral del hombre medio». En España ese “sentido común”, durante muchas décadas, ha sido de fuerte inspiración cristiana, un cristianismo un tanto acrítico, o poco fundamentado, pero que servía de aglutinante a un modelo social más o menos cohesionado.
Una nueva cultura
De lo que se trata, pues, desde la perspectiva gramsciana, es de ir desmontando esa cultura y recrear otra a partir de muchos pequeños detalles, aparentemente nimios, pero que vayan calando y conformando una nueva concepción social “absorbida acríticamente” por el mayor número posible de ciudadanos, especialmente por los más jóvenes. En ese proceso estamos desde hace unos años: el afán por reescribir la historia común, no sólo la inmediata; la redenominación de las calles; la eliminación de nacimientos y villancicos en colegios; la ideología de género; el afán de presentar como normales las denominadas “nuevas formas familiares”; los modelos que se presentan en los programas del corazón o en las series de televisión; la prohibición, contundente, de rendir honores militares en procesiones o actos de culto; la imposición desaforada de determinados modelos educativos; el ecopacifismo de cartel y algarada, y también, cómo no, el intento de reducción de la Semana Santa a una manifestación cultural, o folklórica, de interés turístico.
Se pretende someter al individuo al poder político y legislativo. Para ello una estrategia implacable consistente en atacar sin descanso a la ahora denominada “familia tradicional”, a la vida, la educación, la religión, o la propiedad privada; frentes que afectan directamente a la libertad personal.
Se trata de derribar lo que Schumpeter (que no era sacerdote, sino Premio Nobel de Economía) llamaba “fortalezas privadas”. El objetivo es la desnaturalización y debilitamiento progresivo de esas instituciones, también las hermandades. En el caso de la hermandades eliminando su dimensión religiosa, la única que les da sentido, y reduciéndolas a fenómenos culturales más o menos folklóricos y costumbristas.
Ya ha pasado más de un mes desde las elecciones municipales. Es evidente que el panorama político ha dado un vuelco importante. Partidos de izquierda radical han obtenido presencia política importante, y con ella recursos económicos y acceso a los medios de comunicación e influencia social. Hay que tener en cuenta que una de las referencias intelectuales de los líderes de Podemos, según ellos mismos proclaman en sus intervenciones y en sus programas de televisión, es precisamente Antonio Gramsci.
Reconocimiento de la dignidad personal
Pero lo preocupante es el ambiente que se está creando. Desde la supuesta superioridad moral que se atribuye la izquierda, progresista y laica, opuesta a una derecha retrógrada, integrista y contraria al progreso, se engendran las mayores extravagancias, convencidos de que al ser de izquierda es buena.
Pero la superioridad moral no la otorga una adscripción ideológica, izquierda o derecha, sino el reconocimiento de la dignidad de la persona, racional y libre (a la que, desde la fe, se añade su condición de redimida por Cristo).
Esas extravagancias no hacen otra cosa que enmascarar el miedo de los que las proponen, el más triste que se puede tener: el miedo a la libertad. Por eso pretenden el control político, la uniformización de ideológica y desmoralización masiva de la población, dejando a la persona sola, sin que exista nada entre ella y el poder, sin cuerpos intermedios en los que la persona pueda desarrollarse y adquirir libertad.
A todo esto: ¿qué tienen que decir las hermandades?