Mad Men es una de esas series de televisión que los entendidos califican ´de culto´. En sus siete temporadas ha acumulado dieciséis premios Emmy y cuatro Globos de Oro, entre otros reconocimientos. La serie narra la evolución vertiginosa de la sociedad norteamericana en los últimos cincuenta o sesenta años vista por sus protagonistas: directivos y creativos de agencias de publicidad.
A través de sus experiencias personales y sus propuestas profesionales se van reflejando los cambios en la comunicación en los últimos años: de una comunicación semiológica, basada en contar cosas, describir el producto o servicio, a una comunicación testimonial, basada en los testimonios y relatos de protagonistas, para pasar finalmente a una simplemente icónica, evocadora de lo ya sabido. Ésa es también la evolución que van siguiendo los anuncios en el tiempo.
No sólo los anuncios, también la cultura, que venía siendo expresada mediante el lenguaje, se ha desplazado hacia lo icónico, lo visual, hasta el punto que visualizar es casi la única capacidad mental que tiene buena parte del gran público.
Las hermandades no son ajenas a esta evolución, forman parte de la sociedad y se ven influidas por las mismas corrientes culturales. En ellas se da además una circunstancia que las hace singulares: desde el siglo XVI, en plena Contrarreforma, las hermandades han desempeñado una función catequética al sacar a la calle de forma plástica los principales pasajes de la Pasión. Precisamente en esa representación visual radicaba su fuerza. Puede decirse que en ese sentido fueron unas adelantadas en técnicas de comunicación.
El problema puede presentarse cuando la comunicación icónica, la cultura de la imagen, se convierte en exclusiva, sin un relato semiológico, sin una narración fundamentada que la sostenga y la dote de sentido. En el caso de las Hermandades se da el caso que en su día fueron pioneras en comunicación visual; pero quizá no han ido desarrollando en paralelo lo esencial de los mensajes que esas representaciones visuales trataban de comunicar al pueblo. De ser adelantadas puede que hayan pasado a quedarse obsoletas, transmisoras de mensajes audiovisuales sin suficiente contenido.
Para dotar hoy de sentido a la comunicación visual de las hermandades, espléndida en todas sus formas -cofradía, besamanos o altares de culto-, hay que volver construir el “relato” de las hermandades, ir a los fundamentos. Es necesario devolver a las hermandades la fuerza de su mensaje, para lo que se precisa una reflexión sobre su razón de ser. Eso supone asentar las bases doctrinales y presentarlas a los hermanos. En otras palabras: reflexión y formación.
No hace mucho se publicó un estudio en el que se mencionaban algunos anuncios que en su día tuvieron un gran impacto y de los que hoy se recuerda su imagen, el slogan publicitario o la música del mismo, ¡pero no el producto anunciado! Sería lamentable que nos extasiásemos ante un paso de misterio, un crucificado o una Virgen, impresionados por su belleza, su gran fuerza plástica, a la que se une el movimiento acompasado por la música y envuelto en una luz tamizada por nubes de incienso. Un mensaje que alcanza a todos los sentidos, pero que no provocara ninguna reflexión sobre el misterio de un Dios que se hace hombre y se entrega a la Pasión para redimirnos a cada uno de nosotros individualmente y sobre la generosidad de su Madre que asocia libremente sus sufrimientos a los de su Hijo, para colaborar en esa Redención.