Comentábamos en el post anterior cómo a partir del siglo V se fue configurando la cultura europea, la que da sentido a nuestra sociedad.
Las notas que caracterizan esta cultura común son:
1.- Una fe común: la cristiana.
2.- El reconocimiento de la dignidad de la persona, que le viene de su doble dimensión, corporal y espiritual y, consecuentemente, su libertad personal y la consecuente responsabilidad.
3.- La base reguladora de las relaciones entre los individuos y de éstos con el Estado es el Derecho. Las normas legales deben adecuarse a la ley Natural.
4.- En la esfera individual, existen unos valores éticos a los que los hombres deben ajustar sus actuaciones.
Estos principios, no asumidos por toda la población, pero ampliamente difundidos y profundizados a través de los monasterios, primero, y más tarde de las Universidades, y favorecida esta difusión por el uso del latín como lengua culta de Europa, constituyen la estructura sobre la que se irá construyendo la cultura europea y en la que descansarán las respuestas que, en cada momento, se hayan de ir elaborando para atender a las nuevas situaciones sociales.
Volvemos al principio: ¿por qué ésta referencia a San Benito y a la cultura europea? Hoy asistimos a un empeño decidido y sistemático de destruir este modelo cultural, atacando a lo más esencial del mismo: su hondo sentido cristiano. Lo que se juega en este ataque a nuestra cultura no es sólo la cuestión religiosa, sino el concepto mismo del hombre y de su libertad. Los ataques a la educación; a los modelos económicos; a las normas de convivencia; a la tolerancia; a la familia, son las manifestaciones de ese intento de voladura de la cultura europea.
Aquí las hermandades tienen mucho que decir y hacer. La mejora de la sociedad forma parte de su Misión, del encargo que la Iglesia les ha confiado al erigirlas como tales.
Pero las cosas mejoran cuando las personas mejoran. Cuando saben más, piensan mejor y van aprendiendo a querer más y mejor las cosas que merecen la pena, las cosas mejores. Esto supone formación. Para edificar la nueva Europa sobre bases sólidas no basta apoyarse en intereses económicos; es necesario hacer hincapié en los valores auténticos que tienen su fundamento en la ley moral universal, inscrita en el corazón de cada hombre (San Juan Pablo II, 1-10-1999)
No se trata de ir dando mítines, sino de ir mejorando a las personas: hermano a hermano, familia a familia. Ninguna institución tiene la extensión y la capilaridad de las hermandades para esta mejora de la sociedad «desde dentro». No es una opción, va en su razón de ser. Sin eso se desnaturaliza y, como la sal, “no vale más que para tirarla fuera y que la pisotee la gente (Mt 5,13).
Cito de nuevo a San Juan Pablo II: en su discurso en Santiago de Compostela interpela también a las hermandades: Europa, sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes. Reconstruye tu unidad espiritual, en un clima de pleno respeto a las otras religiones y a las genuinas libertades (San Juan Pablo II, 9-11-1982).
Todo un proyecto para las Juntas de Gobierno