Empiezo aclarando que no me estoy refiriendo a la querida Hermandad de San Benito, en la Calzada, sino al santo patrón de Europa que la Iglesia celebra el 11 de julio.
Europa es algo más que un espacio geográfico: es un modelo cultural. Se empieza a forjar en Grecia, donde adquiere algunos de sus rasgos más peculiares: curiosidad científica, sentido de la belleza, búsqueda de las últimas causas, reflexión ética. Roma conserva y difunde la cultura griega, añadiéndole su sello propio. El nervio de la cultura romano-europea fue el derecho, la gran creación de Roma, de la que aún somos herederos. El cristianismo, por último, acepta muchas de las conquistas de las culturas griega y romana y, al fundirlas con la doctrina cristiana, les da un sentido más humanista y más espiritual.
A partir del siglo II el Imperio Romano entró en una curva de declive progresivo. El cristianismo sufre diversas alternativas –reconocimiento y persecuciones- hasta que en el siglo IV se produce su reconocimiento como religión del Imperio. Éste se va diluyendo por la acción de los bárbaros (varias etnias que van inmigrando a territorios romanos). En el siglo V cae definitivamente el Imperio Occidental (el Oriental perdurará hasta el siglo XV), y su territorio es dividido en varios reinos en los que, junto con las costumbres propias aportadas por los bárbaros, se recomienza la cristianización de esos reinos y, lo que es más importante, la conformación de un nuevo modelo social.
Aquí surge la figura de San Benito, quien establece unas normas, o Regla, comunes a todos los monasterios que se van fundando allá por el siglo V-VI. Se crea así una red cultural homogénea que fue decisiva en la conformación del ser europeo. Por estas razones se le ha considerado “Padre de Europa”. En la gran fractura cultural provocada por las migraciones de los pueblos y el nuevo orden de los Estados que se estaban formando, los monasterios eran los lugares en los que sobrevivían los tesoros de la cultura y en los que, a partir de ellos, se iba formando una nuevo modelo que fue conformando el alma y las raíces de Europa, que son esencialmente cristianas.