Estos últimos meses están siendo movidos. Casi todas las semanas acudo a una hermandad -a veces a dos- que tiene la amabilidad de llamarme para una charla sobre algunos de los temas tratados en el blog. Siempre voy encantado, con la convicción de que es mucho más lo que aprendo de ellos que lo que les puedo transmitir.
Estas correrías me han llevado a percibir el interés progresivo de los hermanos por tratar temas de fondo -formación, caridad, criterios de gobierno- más que hablar de estrenos y bandas. Pero frente a esta tendencia esperanzadora se alzan en ocasiones unas actitudes que podríamos llamar “populistas”, protagonizadas por pequeños grupos anclados en el pasado que persiguen la desestabilización de la Hermandad como estrategia de «asalto al poder».
En estos casos la respuesta siempre ha de ser la misma: serenidad, mantenerse fiel a los principios, a las ideas que han de sustentar una Hermandad, sin entrar en el juego. Lo que se plantea en estos casos es la deriva de la Hermandad, que no puede estar a merced de intereses personales, de visiones parciales vendidas a los hermanos como soluciones globales a problemas inexistentes. «La fortuna ayuda a los audaces» (audentis fortuna iuvat), dice Virgilio en la Eneida; pero no a los temerarios, ni a los insensatos, añado yo.
¿No caben entonces las discusiones en el seno de la Hermandad? sí, pero manteniendo el tono del debate y propuestas. Si se rebaja la argumentación de un asunto complejo, como son las Hermandades, a niveles inasumibles la discusión se banaliza y ya no cabe apelar a la razón o a la fe, sino a los sentimientos. Con los sentimientos se recurre al corazón, no a la inteligencia, considerando a los hermanos como menores de edad y dejando fuera de la discusión lo que constituye la misión de la Hermandad: el perfeccionamiento cristiano de sus hermanos y la mejora de la sociedad. En otras palabras: ordenar la Creación a Cristo, elevar al orden de la Gracia el quehacer diario en la Hermandad.
Frente a esto sólo cabe una postura: ideas claras y serenidad. De la importancia de las ideas, de un modelo conceptual coherente ya hemos hablado; por lo que respecta a la serenidad ésta es la actitud que nos permite mantener habitualmente un temple sosegado y ecuánime. La serenidad está muy relacionada con la paciencia y ambas con la fortaleza, virtud que ayuda a enfrentarse con las dificultades y a superarlas.
Fuertes y pacientes, esto es: serenos, pero no con la serenidad del que compra la propia tranquilidad a costa de desinteresarse de la marcha de la Hermandad y de sus hermanos. La serenidad no se resuelve en una especie de buenismo en el que todo da igual, exige fortaleza en el mantenimiento de las propias convicciones.
Serenos, aunque sólo sea para poder actuar con inteligencia. Quien conserva la calma está en condiciones de pensar, de estudiar los pros y los contras, de tomar decisiones y llevarlas a término con decisión, con fortaleza.