En una entrevista en el diario ABC publicada hace unos días, el periodista, escritor y economista Guy Sorman daba un rotundo titular: La familia es filantropía a pequeña escala.
Coincido habitualmente con los planteamientos de Sorman; pero en esta ocasión no. Hay que delimitar los conceptos. Una cosa es la filantropía y otra, distinta, la solidaridad. La familia es, en todo caso, “solidaridad a pequeña escala”.
La solidaridad es el reconocimiento de la interdependencia que crea la vida social, considerando, de modo habitual, las necesidades ajenas como propias, lo que da lugar al bien común. En otras palabras: “es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común: es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos” (SRS 38).
Esas dos notas: empeñarse por el bien común y hacerlo de modo firme y habitual, confiere a la Solidaridad, la categoría de virtud cristiana y la sitúa como uno de los principios de la Doctrina Social de la Iglesia, es decir, de los fundamentos últimos y ordenadores de la vida social.
La filantropía, por su parte, es la natural inclinación del ser humano a moverse por el sentimiento ante los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Son, o pueden ser, acciones aisladas. Quizá por eso muchos jóvenes, a cuya solidaridad se apela porque ellos tienen este sentimiento más a flor de piel, lentamente van abandonando esas acciones supuestamente solidarias –aunque en realidad son pura filantropía- al ir madurando, porque no logran conectarlas con su mundo interior ni con lo que tienen de fe. Esas “acciones solidarias” van quedando a la larga como anécdotas juveniles, pero sin un impacto en la vida adulta ni en su estilo personal. Por otra parte en los adultos, a veces, los donativos y prestaciones personales tienen como motivación la vanidad, la autoafirmación, la complacencia personal (hacer algo por los demás para sentirse bien con uno mismo).
Pero en las familias no hay filantropía, hay amor generoso constante, que refuerza relaciones y a la microsociedad familiar. En las hermandades ha de ser igual. Tarea prioritaria de las hermandades y de las bolsas de caridad es evitar que sus actividades se deslicen hacia la filantropía, procurando que las actuaciones estén marcadas por la virtud de la solidaridad cristiana, que tiene su fundamento en la caridad.
¿Por qué le llaman solidaridad cuándo quieren decir filantropía?