En la novela de Robert Benson “Señor del Mundo”, tan recomendada por el Papa Francisco, el protagonista explica que «antiguamente, en los primeros tiempos del cristianismo, los ataques se dirigían contra el cuerpo de los fieles, torturados, flagelados, arrojados a las fieras o al fuego. Más tarde, en el siglo XVI, se luchaba contra el pensamiento y la doctrina filosófica de la Iglesia. En el siglo XX se impugnaban los resortes más íntimos de la vida espiritual. Pero actualmente los ataques se desencadenan en los tres frentes y al mismo tiempo» (p.126).
Efectivamente, en estos momentos conviven la persecución cruenta, el martirio, de numerosos cristianos, con la confusión de los patrones de pensamiento y el ataque al modelo social sustentado sobre la familia.
De lo crítico de esta situación es plenamente consciente el Papa que ha convocado el Sínodo de la Familia; viene dedicando su catequesis de los miércoles a la familia; y pide constantemente oraciones por la familia y por los frutos de la segunda sesión del Sínodo, a celebrar en octubre de este año.
Actualmente el concepto de matrimonio no ha sido destruido, sino deconstruído, algo mucho más sutil: desmontado pieza a pieza y dando a cada una de ellas un sentido distinto. Conceptos como matrimonio, paternidad-maternidad, filiación, fraternidad, ya no tienen un significado unívoco.
Se modifica el modo de pensar la relación de la persona con su propio cuerpo. Frente a la unidad sustancial de la persona se ha infiltrado la visión platónica del hombre como compuesto por dos realidades muy distintas: el cuerpo y el alma. Una concepción dualista que lleva a la consideración del cuerpo como puro objeto. Eso conduce a expulsar el dato biológico del matrimonio, reduciéndolo a una cuestión privada sin una relevancia pública.
Todo se reduce así a pura subjetividad circunscrita a simple emotividad, que se convierte en central a la hora de redefinir y reconstruir el matrimonio.
¿En qué afecta todo esto a las hermandades? Uno de los fines de las hermandades es la cristianización de la sociedad. Eso supone el análisis permanente del entorno en el que se insertan y su mejora, para lo que hay que tener referencias.
Desde esta perspectiva es misión de las hermandades reconstruir el matrimonio, de manera fundamentada, crear espacios de libertad en el que las familias puedan instalarse y vivir como personas, sólo así podrán pertenecer a las hermandades eficazmente, no como aficionados o herederos exclusivamente de tradiciones populares.
Pero esa fundamentación rigurosa y reconstrucción del concepto de familia y de sus posibilidades es un trabajo importante. En la empresa y en otras organizaciones sociales se reconoce la figura de la fuerza operativa o task force, grupos de trabajo temporales de varios departamentos o personas para trabajar en una operación o misión concreta. Quizá habría que animar a las hermandades a constituir una task force para estudiar y profundizar en el concepto de familia y de su misión al servicio de la sociedad.
Es necesario que las hermandades se vayan dotando de un cuerpo doctrinal riguroso y profundo sobre su razón de ser y el papel que deben jugar en cada caso. No sólo en aspectos puramente teológicos o de culto público, también sobre la tarea que les corresponde como regeneradoras sociales. Por eso tienen mucho que decir, con rigor y método, en el tema de la familia.