Ésas son las palabras que anuncian al ganador del premio en la entrega de los Óscar cinematográficos. La escena se repite todos los años: las cámaras enfocan a los nominados. Cuando se revela el nombre del ganador, gran sonrisa en la cara de éste y decepción, más o menos disimulada, en los demás.
También en las hermandades hay nominaciones y entrega de premios cada tres o cuatro años. Me refiero a las elecciones a Hermano Mayor, y su Junta de Gobierno. Cuando el candidato es único no suele haber problemas, naturalmente; pero si se presenta más de uno, algo perfectamente legítimo y previsto en la Reglas de cualquier Hermandad, la cosa puede cambiar. Tras la proclamación del candidato que ha obtenido más votos, quien recibe el protocolario abrazo del que no ha ganado, en algunos casos comienza una situación que podríamos calificar, suavemente, de incómoda.
Que el hermano que no ha visto cumplidas sus expectativas se decepcione es normal. Lo que ya no resultaría tan normal en una Hermandad es que esa decepción superase los límites razonables, en el tiempo y en su comportamiento, hasta el punto de no aparecer por la Hermandad e ir creando mal ambiente con comentarios, intrigas y críticas que la dividan.
Ese colocar la frustración permanente por encima de la Hermandad pone de manifiesto que esa persona no iba a servir a la Hermandad, sino a servirse de ella, a ponerla al servicio de su ego. Si uno se presenta como candidato a Hermano Mayor es para trabajar por su Hermandad, para que esta cumpla sus fines, y esto se puede hacer de muchas formas: como Hermano Mayor, o como hermano sin más. Siempre hay cosas que hacer y tareas en las que ayudar y, además, siempre se puede rezar por la Hermandad, que es la mejor ayuda que se le puede ofrecer.
En esos casos la actitud del Hermano Mayor ha de ser siempre la de mano tendida, con una sincera lealtad, que acepta, refuerza y protege los vínculos que los unen y los valores que representan.
Así The Winner…, la vencedora, será siempre la hermandad.