Una de las grandes notas diferenciales de las hermandades es su carácter plenamente secular; pero, como siempre ocurre en estos casos, precisamente ahí está también uno de sus peligros: la asunción de todas las corrientes, de pensamiento o estéticas, que van surgiendo en la sociedad de una manera acrítica, simplemente porque es lo que se lleva.
Últimamente se aprecia en algunas hermandades, no muchas aún, una evolución de la estética propia de las mismas hacia una estética kitsch. ¿Qué es éso una estética kitsch?: la que se define por la falta de autenticidad, la afectación estilística, la falsificación, el estereotipo, la imitación, el mal gusto.
El problema es que antes lo kitsch era despreciado y considerado el colmo del mal gusto; pero ahora ha pasado a formar parte de “las tendencias”, un estilo valorado y exaltado y se está produciendo una “kitschenización” de las mentalidades y los comportamientos. Una actitud estética cuyo ideal no es lo bello, sino el artificio y la antiestética.
La cosa no termina ahí. Después del kitsch orientado al objeto viene el kitsch centrado en el espectáculo, tipo parque temático. Un espectáculo que privilegia lo simple frente a lo complejo; lo sentimental frente a lo reflexivo; lo superficial y empalagoso frente al núcleo duro de las cosas. En definitiva: el mal gusto en una dimensión envolvente, como los reality show, y hay muchos reality show en nuestras cofradías: ahí están, si no, esas entradas en la Campana con capataz improvisando pregones delante de los micrófonos, marchas encadenadas, coreografías costaleras, aplausos y el placer de desafiar los tiempos y las normas. También en las elecciones desmesuradas. En esas bandas en las que la cantidad prima sobre la calidad. En los abrazos y llantos ante las cámaras.
¿Hay algún criterio, alguna referencia para limitar los excesos, o vale todo? Explicaba san Juan Pablo II en su Carta a los Artistas que “la Belleza es, en cierto sentido la expresión visible del Bien, así como el Bien es la condición metafísica de la Belleza. En la creación artística el hombre se revela más que nunca imagen de Dios, quien, con admirable condescendencia, trasmite al artista humano un destello de su sabiduría trascendente, llamándolo a compartir su potencia creadora”. Esa puede ser una buena referencia.
Señores responsables de los montajes de los pasos, o de poner la cofradía en la calle. No todo vale. El Hijo de Dios, al hacerse hombre, ha introducido en la historia de la humanidad toda la riqueza evangélica de la Verdad y del Bien, y con ella ha manifestado también una nueva dimensión de la Belleza, clave del misterio y llamada a lo trascendente. Nada que ver con la estética kitsch a la que tienden algunas hermandades tan sobradas de buena intención, como faltas de criterio.