En cualquier institución que pretenda permanecer en el tiempo es importante una permanente vigilancia para evitar que se deslicen usos que, a la larga, puedan desvirtuarla. En las hermandades la referencia para evitar esas desviaciones está en el Código de Derecho Canónico, que define la naturaleza de las mismas y sus fines, y las Reglas de cada una.
Uno de los fines de las hermandades es “el fomento de la Caridad entre sus hermanos”. Los protagonistas de la Caridad han de ser, pues, los hermanos, no la Hermandad. La Caridad la viven los hermanos. Las hermandades gestionan los recursos aportados por los hermanos, en los que se concreta su Caridad, para la realización de Acciones Sociales, exigidas por la Solidaridad cristiana. Tres conceptos, Caridad, Solidaridad y Acción Social, que se relacionan entre sí, pero que no se pueden confundir.
Las hermandades no son agentes sociales -mucho menos políticos-, aunque en ocasiones atiendan problemas sociales. Las hermandades no tienen como finalidad promover el desarrollo económico, eso depende de otras instancias, sino promover la Caridad entre sus hermanos.
Es necesario el comedor social, la atención a los disminuidos psíquicos, solucionar necesidades materiales urgentes, facilitar becas de estudio y muchas más Acciones Sociales. Al ponerlas en marcha las hermandades actúan movidas no sólo por las exigencias de la justicia conmutativa, sino, además, por amor, por la consideración de los demás como hijos de Dios que han sido redimidos personalmente por Jesucristo y a los que estoy vinculado por lazos de solidaridad, una solidaridad de la que participa Jesucristo, transformándola en Caridad.
Esa es la misión de las hermandades en lo que se refiere a la Caridad. Pero se corre el peligro de reducir las hermandades a agentes sociales, rebajando así su naturaleza y fines. Las hermandades están para que sus hermanos ejerzan la Caridad, síntesis de justicia y amor, no para suplir o asumir, las prestaciones del “Estado del Bienestar”.
Seguro que algún retroprogre argumentará: “Pero la Caridad humilla. El necesitado no reclama Caridad, sino sus derechos”. Sin entrar en el debate de los límites del “estado del bienestar” y su financiación, habría que decir a quien piense así que el amor no sólo no humilla, sino que eleva a la persona y le devuelve su dignidad de ser creado por Dios a su imagen y objeto de su amor.
Las hermandades no hacen política al atender problemas sociales, viven la Caridad. Lo que no quita para que su Acción Social se ejercite con absoluta profesionalidad y con más eficacia, eficiencia y efectividad que la Administración. A las pruebas me remito: comedores, economatos, pago de hipotecas para evitar desahucios, atención a recién nacidos y a personas mayores,… y muchas actuaciones más promovidas por el afán de justicia fundamentado en el amor a Dios, y a los demás por amor a Dios, por Solidaridad. Actividades que funcionan con absoluto rigor y sin costes administrativos.
Donde haya una mano que se extiende pidiendo ayuda “por amor de Dios”, habrá una Hermandad dispuesta a ayudar, con la seguridad de que “Dios se lo pagará”.