«Todo reino dividido contra sí no permanecerá, y toda ciudad o casa dividida contra sí no se mantendrá». La cita es antigua, del Libro de los Proverbios; pero bastante actual, especialmente en el mundo de las hermandades.
Unidad no es uniformidad. Son muchas las cuestiones en que se pueden mantener opiniones diversas, sin que eso afecte a la unidad de la Hermandad. «Lo uno no se opone a lo múltiple, sino a la división, y la multitud no excluye la unidad, lo que la excluye es la división en sus componentes», explicaba Santo Tomás.
Conviene, por tanto, saber distinguir entre lo esencial, en lo que no caben discrepancias, y lo accesorio, amplio campo opinable. Esencial es lo que afecta a los fines y a la unidad de la Hermandad. Entre los fines destacan la formación de los hermanos, el culto público (la liturgia) y el fomento de la Caridad. Nadie debe dificultar esos fines ni enredarse en cuestiones accesorias sobre ellos.
La unidad no es espontánea, hay que esforzarse por conseguirla y mantenerla:
-Unidad entre los hermanos, que no quiere decir que todos tengan que ser amigos, cada uno se sentirá más cómodo con los más afines, lo que no perece razonable es que existan diferentes camarillas que no se traten ni se hablen.
-Unidad entre las hermandades. Es mucho más lo que las une -en realidad todo- que lo que las separa -que nunca serán temas decisivos-. Esa unidad entre las diferentes hermandades –evitando rencillas siempre por temas accesorios- ha de tener su reflejo en el Consejo General de Hermandades y Cofradías, que tiene como misión fundamental el que cada una de las Hermandades y Cofradías cumplan sus fines eficaz y pacíficamente (Art. 2 Estatutos del Consejo). Todo lo dicho para cada hermandad es aplicable, con más motivo, a la entidad en la que se agrupan todas las hermandades.
-Unidad con la Iglesia, representada por el Prelado de la Diócesis. Carecería de sentido que una asociación pública de fieles erigida por la autoridad eclesiástica mantuviera enfrentamientos, más o menos larvados, o posiciones críticas con esa autoridad eclesiástica, en lugar de una leal colaboración.
A nadie se oculta que en la raíz de muchas situaciones de desunión hay deseos de protagonismo, afán de figurar; pero a la Hermandad se viene a servir, a promover la unidad, no a figurar. El Único que tenía derecho a figurar lo hizo subiendo a la cruz y dejándose clavar en ella con los brazos abiertos, abarcando a todos. El que quiera figurar ahí tiene el modelo.