Se acaban de celebrar las elecciones al parlamento andaluz. Los resultados son consecuencia del voto expresado por los andaluces. Para muchos, su acción política ha terminado ahí y no volverán a tener ninguna participación en la vida pública hasta ser convocados nuevamente. Cada ciudadano es libre de participar o no en la vida política. Pero eso no es lo que nos dice la Doctrina Social de la Iglesia, que propone y estimula a los ciudadanos a participar en la vida pública. Son muchos los documentos que existen en este sentido y muchas las veces que los distintos papas, las conferencias episcopales, incluida la española, y los teólogos, así como movimientos y asociaciones han hecho una llamada para que los católicos se impliquen en la acción política. La Iglesia reconoce la importancia de esta acción política proclamando a Tomás Moro patrón de los políticos y gobernantes que afirmó con su vida y su muerte que «el hombre no se puede separar de Dios, ni la política de la moral»
¿Cómo debe ser esta acción política?
La Iglesia no da orientaciones concretas sobre la pertenencia o no a partidos políticos. Esto entra dentro de las “soluciones técnicas” sobre las que no se pronuncia, pero sí da criterios que nos ayudan a discernir los principios que deben ser prioritarios al actuar como católicos en la política.
En la Constitución pastoral Gaudium et spes, el concilio Vaticano II dice: “Los cristianos todos deben tener conciencia de la vocación particular y propia que tienen en la comunidad política; en virtud de esta vocación están obligados a dar ejemplo de sentido de responsabilidad y de servicio al bien común,… debe reconocer la legítima pluralidad de opiniones temporales discrepantes y debe respetar a los ciudadanos que, aun agrupados, defienden lealmente su manera de ver. Los partidos políticos deben promover todo lo que a su juicio exige el bien común; nunca, sin embargo, está permitido anteponer intereses propios al bien común.” (GS, n 75).
Más recientemente, en la exhortación apostólica Evangelii gaudium, el papa Francisco nos propone crear un ámbito de fraternidad, justicia, paz y dignidad para todos. El cristiano debe, como decía Pablo VI procurar el progreso, el desarrollo completo, integral de todo el hombre y de todos los hombres.
En este mundo globalizado, la Evangelii gaudium nos propone estar atentos al clamor de los pobres y trabajar por su inclusión social. También es necesario ampliar nuestra mirada y escuchar a los pueblos más pobres de la tierra y trabajar para que ellos sean protagonistas de su propio destino. Esto obliga a todos, nos dice el papa.
El cristiano debe ser persona de diálogo, capaz de establecer puentes con otras ideas políticas, con otras culturas, con otras religiones. Tiene en definitiva, que trabajar por el bien común y la paz social.