Todos los años determinados mensajes de los papas se esperan con expectación por su contenido. Uno de ellos es el mensaje de Pascua que antecede a la bendición Urbi et Orbe. Este año, pese a ser un año especial en el que los que hayan seguido las celebraciones de Semana Santa han podido contemplar una basílica de San Pedro vacía, el mensaje ha estado lleno de contenido.
El primer recuerdo ha sido para las personas que se encuentran contagiadas por el coronavirus haciendo ver que la humanidad se enfrenta a una dura pena. Pero también ha hablado Su Santidad de otro contagio, el contagio de amor y esperanza que nos trae el Resucitado. Un contagio que se transmite de corazón a corazón porque todo corazón humano espera la Buena Noticia. Al Resucitado, dice el papa, dirigimos nuestra mirada para que sane las heridas de la humanidad desolada.
Los pensamientos del papa han estado marcados por la pandemia y sus efectos. Ha empezado recordando a todos los afectados por el coronavirus, a los enfermos y especialmente a las personas fallecidas y a sus familiares que han vivido la dura experiencia de la desaparición de un ser querido sin poderlos acompañar, a los que viven en condiciones de especial vulnerabilidad, en soledad, con problemas no solo físicos sino también económicos.
También se ha acordado de todas las personas que trabajan en los centros de salud, médicos y enfermeros que, aun a riesgo de su propia salud, están cuidando de los enfermos hasta la extenuación, así como de las personas que trabajan asiduamente por mantener los servicios esenciales: policías, militares… y de las que están en las cárceles. Conviene aquí recordar el memorable viacrucis del Viernes Santo, escrito desde una cárcel italiana y cuyos testimonios quedarán en la memoria de los que lo rezamos esa noche uniéndonos al Santo Padre.
No solo han faltado afectos en estos días sino también la posibilidad de recurrir a los sacramentos, especialmente la Eucaristía y la Reconciliación ya que las iglesias están cerradas.
En estas semanas, dice el papa, la vida ha cambiado repentinamente para muchos millones de personas. Para algunos ha sido una ocasión para reflexionar y detener el ritmo frenético de vida y disfrutar más de los seres queridos, pero para otros este tiempo es de preocupación por el futuro que se les presenta incierto económicamente, laboralmente y en otros muchos aspectos.
Por eso el papa llama a la unidad, no es un tiempo de división, de egoísmo, de indiferencia, sino que es la hora de dejar de lado las rivalidades y que todos se reconozcan habitantes de la casa común y que todos se sostengan mutuamente.
Hace una llamada especial a la Unión Europea, que se encuentra frente a un desafío histórico del que depende no solo su propia supervivencia sino la de la humanidad. Por eso le pide que demuestre la solidaridad de otras veces incluso recurriendo a soluciones innovadoras, si no se corre el riesgo de poner a prueba la convivencia pacífica y el desarrollo de futuras generaciones.
Que Jesús resucitado, dice el papa, conceda esperanza a todas las personas más débiles de nuestro mundo, los pobres, los sin hogar, los que habitan en las periferias, que no les falte el consuelo y la ayuda para que no se sientan solas. La solidaridad entre países no debe faltar y si es necesario, pide valientemente el papa, se condone la deuda de los países más pobres.
Desea el papa que cese la guerra de Siria, el conflicto del Yemen, las tensiones de Irak y de tantos otros lugares para que a las personas les pueda llegar la ayuda necesaria y puedan afrontar un futuro con mayor seguridad. No es el momento de seguir fabricando y vendiendo armas, utilizando unos recursos que podrían ser empleados en salvar vidas.
Por último el papa recuerda también a todas las personas obligadas a desplazarse de sus lugares por el hambre, la guerra y la sequía.
Concluye el papa su mensaje con una bellísima frase que copio literalmente:
“Las palabras que realmente queremos escuchar en este tiempo no son indiferencia, egoísmo, división y olvido. ¡Queremos suprimirlas para siempre! Esas palabras pareciera que prevalecen cuando en nosotros triunfa el miedo y la muerte; es decir, cuando no dejamos que sea el Señor Jesús quien triunfe en nuestro corazón y en nuestra vida. Que Él, que ya venció la muerte abriéndonos el camino de la salvación eterna, disipe las tinieblas de nuestra pobre humanidad y nos introduzca en su día glorioso que no conoce ocaso.
Con estas reflexiones, os deseo a todos una feliz Pascua”.
Isabel Cuenca