Ese es el lema de esta jornada que se celebrará el domingo 17 de noviembre. Por sorprendente que parezca este lema, si tenemos en cuenta las cifras de pobreza de nuestro país y de otras partes del mundo, es un mensaje que llama a la esperanza.
En un principio tampoco ayudan las nuevas esclavitudes de las que nos habla el papa:
-familias que se ven obligadas a abandonar su tierra para buscar formas de subsistencia en otros lugares;
-huérfanos que han perdido a sus padres o que han sido separados violentamente de ellos a causa de una brutal explotación;
-jóvenes en busca de una realización profesional a los que se les impide el acceso al trabajo a causa de políticas económicas miopes;
-víctimas de tantas formas de violencia, desde la prostitución hasta las drogas, y humilladas en lo más profundo de su ser;
-millones de inmigrantes víctimas de tantos intereses ocultos, tan a menudo instrumentalizados con fines políticos, a los que se les niega la solidaridad y la igualdad;
-personas marginadas y sin hogar que deambulan por las ciudades.
-pobres recogiendo en los vertederos el producto del descarte y de lo superfluo para buscar algo que comer o con qué vestirse.
El papa nos recuerda que Dios interviene en favor del pobre. Él “escucha”, interviene”, “protege”, “defiende”, “redime”, “salva”…
Jesús lo expresa claramente también en Mt, 25,40: “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”. Por eso, la opción por los pobres debe ser una opción prioritaria de todos los cristianos. En ello va la credibilidad de la Iglesia y sobre todo para dar esperanza a tantas personas indefensas.
Jesús, nos dice el papa, inauguró el Reino poniendo en el centro a los pobres, recordemos la primera bienaventuranza: Bienaventurados los pobres… Y para que no haya duda de a quién se refiere, a qué tipo de pobreza es a la que hay que comunicar la esperanza., nos dice, que “los pobres son aquellos que no disponen de lo necesario para vivir porque dependen de los demás”.
Jesús nos ha confiado a nosotros, sus discípulos, la tarea de llevarlo adelante, para darle confianza y esperanza al pobre. Es una tarea difícil en medio de esta sociedad consumista y del descarte que nos llama continuamente a ser autorreferenciales y a llevar una existencia encaminada a acrecentar nuestro bienestar superficial y efímero. Por ello es necesario un cambio de mentalidad para redescubrir lo esencial y así darle cuerpo y efectividad a la construcción del Reino.
Los pobres necesitan nuestras manos para reincorporarse, nuestros corazones para sentir de nuevo el calor del afecto, nuestra presencia para superar la soledad. Sencillamente, ellos necesitan amor.
La condición que se pone a los discípulos del Señor Jesús, para ser evangelizadores coherentes, es sembrar signos tangibles de esperanza.
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