ROSTROS DE LA ESCLAVITUD
La semana pasada escribía sobre el mensaje que el papa dedicaba el 1 de enero al Día de la Paz No esclavos, sino hermanos. La importancia de este mensaje no se agota en un único post y por eso hoy vuelvo otra vez sobre él.
En este mensaje el papa dice: “El flagelo cada vez más generalizado de la explotación del hombre por el hombre daña seriamente la convivencia, pisotea los derechos fundamentales de los demás y aniquila su libertad y dignidad”. Esta explotación se ve hoy reflejada en múltiples situaciones que el papa denomina como rostros de esclavitud, que a continuación se citan:
-personas oprimidas en el trabajo doméstico, en la agricultura, industria manufacturera y minería que se encuentran en países donde la legislación laboral no cumple las mínimas normas y estándares internacionales o en países cuya legislación sí protege a los trabajadores pero estos son empleados de forma ilegal.
-los inmigrantes que en sus dramáticos viajes sufren hambre, falta de libertad, abusos físicos y sexuales y una vez llegados a su destino son detenidos en condiciones a veces inhumanas.
-personas obligadas a vivir en clandestinidad por diferentes motivos sociales, políticos y económicos y en aquellas que con el fin de permanecer dentro de la ley, aceptan vivir y trabajar en condiciones inadmisibles.
-personas obligadas a ejercer la prostitución, incluso menores, esclavos y esclavas sexuales, mujeres obligadas a casarse por distintas razones culturales sin pedirles consentimiento, víctimas de comercialización para la extracción de órganos, reclutamiento forzoso de soldados, la mendicidad, producción y venta de drogas, adopción internacionales ilegales. Por último cita a todos los secuestrados y encerrados por grupos terroristas que son maltratados de diversas maneras e incluso asesinados.
Causas profundas de la esclavitud
Concebir a la persona como un objeto es consecuencia del alejamiento del hombre de Dios por el pecado. Cuando esto ocurre, deja de verse a la persona humana como creada a imagen y semejanza de Dios y se la utiliza, se la engaña, se la explota, se la trata como un medio y no como un fin.
La pobreza es otra de las causas. El subdesarrollo y la exclusión, la escasez de trabajo y el poco o nulo acceso a la educación son el caldo de cultivo en el que se ven incluidas muchas personas que a veces creen en falsas promesas de trabajo y caen en redes criminales que trafican con los seres humanos.
La corrupción de quienes están dispuestos a hacer cualquier cosa por enriquecerse. Esto ocurre cuando en el centro del sistema económico no está el hombre sino el dios dinero.
Otra causa son los conflictos armados, la violencia, el crimen y el terrorismo. Muchas personas son secuestradas para ser vendidas o reclutadas como combatientes o explotadas sexualmente. A otras, la violencia las obliga a emigrar dejando todo lo que poseen, incluso a su familia y se ven obligadas a buscar alternativas a esas terribles condiciones, cayendo en formas de vida en las que pierden su dignidad y entran en un círculo vicioso que las convierte en víctimas de la miseria y la corrupción con consecuencias perniciosas.
¿Cómo podemos luchar contra todo esto?
Aquí el papa después de lamentar lo que parece una “globalización de la indiferencia” reconoce la labor callada y valiente de muchas congregaciones religiosas, especialmente femeninas, tratando de devolver a estas personas la dignidad perdida y ayudarlas a incorporarse plenamente en la sociedad. Pero esto no es suficiente, por eso hace una llamada a los Estados, a las organizaciones intergubernamentales, a las empresas, a las organizaciones de la sociedad civil y a los consumidores para que se impliquen activamente en combatir todas las situaciones de injusticia que produce los rostros de esclavitud.
Por último, hace un llamamiento a todas las personas de buena voluntad para que no seamos cómplices de este mal y no apartemos los ojos del sufrimiento de nuestros hermanos y hermanas privados de libertad y dignidad, sino que tengamos el valor de tocar la carne sufriente de Cristo que se hace visible a través de los numerosos rostros que Él mismo llama “mis hermanos pequeños” (Mt 25,40.45).
Hay que globalizar la solidaridad.