Si la marca del éxito es una suma de entusiasmo, esfuerzo y constancia en el trabajo, no menos lo es la colegialidad que engloba aquellas con lo que añade de generosidad, diálogo y ofrenda. El origen de un proyecto que se materializa suele ser un sueño. El de Carmen Meléndez, gran artista, directora de la escuela de pintura “El Gurugú”, de Constantina (Sevilla), que tiene su sede en el monasterio idente “La victoria de san José”, el año pasado se plasmó en una primera acción solidaria: “Pintando sonrisas por el mundo”. Los destinatarios fueron los niños acogidos en el Hogar del Niño Jesús, de Abancay (Perú), regido por los misioneros identes. En este lugar, ella con dos de sus alumnas y tras haber implicado a las localidades de Constantina y Guadalcanal, vivieron una experiencia inolvidable durante el mes de julio junto a estos pequeños a quienes la vida ya les había tatuado con sinsabores diversos sumamente dolorosos.
El impacto de esta acción fue reconocida por autoridades locales, Hermandades, colegios, empresas…, y una ciudadanía entregada que premiaba con su desprendimiento gratitud, y presencia todas las actividades colaterales que se emprendieron y en las que se implicaron.
La pandemia de un extraño 2020 que ha quebrado la intención de Carmen de regresar a Abancay no ha dejado en suspenso otras iniciativas. Y a primeros de este mes de agosto, del monasterio idente de Constantina ha salido una primera remesa del material que han donado en esta bella localidad sus moradores. La furgoneta de la ONG Madre Coraje, encargada de hacer llegar a Perú todo lo recogido, iba repleta de cajas. Contenían el cariño de un pueblo que se ha desprendido de bienes valiosos, una gran parte de ellos de primera mano como mostraban sus etiquetas, para que estos niños puedan ver paliados en cierto modo las carencias que han sufrido, y asistir a los misioneros que ponen todo su empeño en allanarles el camino buscando su bien y proporcionándoles una felicidad que en su corta existencia les fue vedada.
Constantina, un pueblo que sufriendo por el COVID-19, como sucede en tantos lugares de España y del mundo, seguirá contribuyendo, junto a Carmen y a su largo centenar de alumnos, a que no se borre la sonrisa del rostro de los pequeños. Gracias, desde aquí, de todo corazón porque esta magnanimidad sigue subrayando la grandeza del ser humano y pone nueva nota de esperanza en un mundo a veces descreído e insolidario.
Isabel Orellana Vilches