Hace tan solo unos días nadie pudo imaginar que un coloso invisible golpearía al mundo despiadadamente. Muchos jugando a ser Dios creyeron que su vida y destino les pertenecía y con cierta prepotencia iban y venían con el gesto de quien se siente dominador del aire, el mar, la tierra… Sin ánimo de ser profeta en este mismo medio recientemente sugería que al planificar cualquier proyecto, e incluso aludir a la materialización de uno inmediato, convenía que se tuviese en cuenta la voluntad divina añadiendo: «Si Dios quiere». Ya se ha visto el alcance que tiene.
Nunca podemos decir con cierta rotundidad que haremos esto o lo otro… Hoy es un coronavirus, mañana… quién sabe, pero siempre habrá algo que nos recuerde cuán frágiles somos y con qué facilidad podemos perderlo todo: bienestar, felicidad, trabajo, seguridades…, la vida. Y así en el mundo entero. Si un poder tiene la pandemia es este. Nadie se libra de ello.
En estos momentos muchos han aprendido ya el sabor de la indigencia con ese regusto amargo que deja la incertidumbre y el miedo. Dios no castiga, acompaña, fortalece…, pone a nuestro alcance lecciones que bien aprendidas serían sublimes para el resto de la existencia. Decía el gran teórico del dolor Carl S. Lewis que «Dios susurra y habla a la conciencia a través del placer, pero le grita mediante el dolor: el dolor es su megáfono para despertar a un mundo adormecido».
Las ventanas, los balcones de repente discretos, porque el confinamiento en los hogares ha cambiado el pulso de los días y de las noches reduciendo todo a las paredes de la vivienda, pierden la discreción cuando a las 20:00 h. los aplausos, la creatividad y la solidaridad se unen para dibujar un arcoíris de emociones en esa cuasi noche de una primavera que acaba de señalarse en el calendario queriendo ser preámbulo de dichosos momentos que no sabemos aún cuando llegaran, pero que seguro que lo harán porque es el devenir de la historia, y si Dios quiere, esto no terminará aquí.
Pero la sociedad, al menos esta de la primera década de este siglo XXI, ya no será la misma. Difícil que el hombre de este tiempo, en términos generales, tropiece con la misma piedra. No lo hará porque ya sabrá que en la esquina, agazapado, puede esconderse otro coloso que lo derribe sin piedad.
Los creyentes sabemos que Dios está por encima de todo. Y el ser humano, inmenso en su pequeñez, con su gracia cuando quiere extrae de su interior el néctar de la caridad. Lo estamos viendo todos los días.
Ahora hemos de ser prudentes y sobre todo rezar suplicando el milagro, orando por tantas personas como están sufriendo, especialmente los más débiles. Todos estamos en la misma barca. Cuidémonos. Dejemos a Dios entrar en nuestra vida para mecernos en su regazo.
Isabel Orellana Vilches