¡Cuántos testimonios ejemplares hay en la vida! No oculto que quienes más admiración suscitan en mi ánimo son los que extraen de sí mismos el coraje para afrontar su día a día en medio de graves dificultades dando todo de sí. Lo hacen de tal modo que es fácil para quienes tienen cerca olvidarse de que conviven con el dolor, con lo cual su mérito es inmensamente mayor que el de quienes vinieron al mundo teniendo su salud como bandera.
Tendrían que ver a una de esas personas que conozco, joven nacida sin caderas, con dieciocho intervenciones en una de ellas y trece en la otra, con qué empuje y fortaleza —sin atisbos de complejo alguno, lamentos o compasión hacia sí misma, sin rozar siquiera en sus conversaciones esa problemática, por decirlo suavemente—, lleva adelante una casa, se ocupa de varios miembros de su familia, y consigue lo que se propone. Siembra alegría por doquier, y piensa siempre en los demás antes que en sí misma porque es muy generosa. El Estado español no ha reconocido su discapacidad con la valoración procedente; no ha supuesto ningún cortapisas para ella.
Cuenta amablemente, si se aborda el asunto, que su padre la educó sin mermar su psicología ya que ello le habría hecho creer que no podría llegar donde otros sanos lo hacen, y ya desde niña cargaba fardos del negocio familiar con un peso más que notable incluso para un adulto. Eso, reconoce, hizo de ella una persona fuerte, sabedora de que poseía un alto potencial que efectivamente iba a ir descubriendo. Y está agradecida por ello. En suma, vive dando la espalda al dolor, esa bestia que normalmente taladra los huesos con su aguijón, y al que se ha acostumbrado de forma inteligente porque no existe ni tendrá otro horizonte vital más que ese. Las opciones están claras: luchar o dejar que te venza. Ella eligió la primera. La mente, es sabido, tiene una poderosa fuerza. Y, como ya dice un aserto, no hay enfermedades sino enfermos.
Cuán importante es la educación en este ámbito. Que los padres inculquen en sus hijos el afán de lucha, y huyan de una excesiva protección que les irá haciendo débiles e incapaces de afrontar lo que la vida traiga consigo, y el dolor, el sufrimiento, inevitablemente estará presente en ella de un modo u otro.