La interrogación del título pretende reflejar la lógica sorpresa que cabe esperar en la mayoría de las personas ante un planteamiento tal del sufrimiento, especialmente el provocado por el dolor físico que queda englobado en aquél ya que sintetiza aspectos morales, psicológicos, espirituales, etc. además de los físicos mencionados.
Experimentar escalofríos ante el dolor no es privativo de quien se halla ante las puertas de la muerte. Ya sabemos cómo, pensando en ella, de antemano muchos están dispuestos a abrir la puerta a la eutanasia a efectos de ahorrarse ese cúmulo de males que puede acompañar a los umbrales de la misma. En cierto modo, es natural. Cristo mismo tembló en el Huerto de los Olivos. Y humanamente, aún admirando a personas que se sabe han afrontado su particular tragedia con encomiable fortaleza, lo normal es la tendencia a huir hasta en conversaciones que versen sobre este hecho universal que a todos llega tarde o temprano.
Ha sido san Pablo quien aludiendo a la gracia que supone sufrir por Cristo lo ha denominado “privilegio” (Flp 1:29). Si lo extrapolamos extrayéndolo de ese contenido que el apóstol de los gentiles le dio en un contexto histórico y una experiencia personal que le confería la autoridad moral para afirmar, como hizo, que por amor al Redentor exponía su vida siendo azotado, perseguido, acusado, encarcelado, puesto en trance de muerte y demás, podemos considerar que una situación concreta de enfermedad grave, de cronicidad en ciertos dolores, por ejemplo, si se unen a la Pasión redentora de Cristo es también “privilegio”. Porque la naturaleza propia de quien sufre en este mundo viéndose clavado con el aguijón del sufrimiento le hace acreedor de lo que suelo denominar “instrumento” valiosísimo para vincularse de otro modo a nuestro Hermano Primogénito, y además permite poder ayudar a otras personas.
La próxima primavera se cumplirán veinte años de la presentación en RTVE 2, en su programa Ultimas Preguntas de una mis obras: Pedagogía del dolor que en su primera edición había sido publicada en 1999. Fue un título novedoso y quizá podía resultar sorprendente que a nadie se le hubiera ocurrido pensar en cuánto enseña el sufrimiento destacando su carácter didáctico. Ahora ese título e incluso aspectos de esta obra están multiplicados en Internet. Traigo esto a colación porque mi reciente testimonio al respecto en el programa de Canal Sur Televisión Testigos hoy (minuto 19) es el mismo que ofrecí en la 2 de TVE, habiendo sumado a lo que entonces conocía otras nuevas experiencias: el dolor es maestro; es una herramienta poderosísima de una fecundidad extraordinaria. Algunos santos lo han reclamado en una súplica que no responde a trastornos de la personalidad, ejemplo que no precisa imitar un seguidor de Cristo; es una gracia. Naturalmente habría que explicar numerosos matices para entenderlo, como ya he hecho en otros lugares.
Unir a Cristo el dolor es dar sentido a lo que racionalmente no lo tiene aunque sepamos que nuestra vida concluirá en un plazo desconocido ignorando la forma en la que se producirá el deceso, aparte de que por el camino surjan otros contratiempos que puedan cercenar los proyectos que se hubieran concebido.
Sea como fuera, y aunque no he centrado mis reflexiones ni escritos sobre este asunto, no obstante haberle dedicado un espacio significativo en mi quehacer, en todos estos años he constatado el bien que ha hecho a muchas personas mi experiencia personal ya que no es lo mismo opinar que transmitir lo que se ha vivido o se está padeciendo. Ello añade un plus que jamás puede equipararse al simple y vago comentario. Desde la fe en concreto permite asegurar con san Pablo que Dios ha querido conceder este privilegio a quienes comparten situaciones de esta naturaleza. A fin de cuentas, cuando el dolor es lacerante y la persona se halla inmersa en tratamientos, pruebas, intervenciones quirúrgicas, visitas médicas y hospitales de forma continua o relativamente frecuente al punto que hay temporadas en las que no existe respiro y en el horizonte no se dibuja una curación plena, de algún modo está viviendo ya una forma de martirio. Es digna de respeto y admiración cuando encara con gallardía lo que cotidianamente realizan otros congéneres sin verse atrapados en esa red. Muchos han dejado escritas con su vida páginas memorables de este modo de acoger ese drama que la vida les confirió llevándolo a regiones que casi parecen sobrehumanas.
Agradezco inmensamente a algunos de mis amigos médicos que sin ponerse de acuerdo, porque además ni siquiera se conocen, curiosamente en estos días y desde distintos puntos de la geografía española me vienen recordando el valor que han dado a esta experiencia personal que bien conocen, lo cual no ha hecho más que corroborar cuántas gracias he de seguir dando a Dios que en mi pequeñez me ha permitido vislumbrar algunos frutos de esa indeclinable entrega del día a día en medio de las dificultades que lejos de mermarse en estas dos décadas hasta tuvieron un momento nuevo en el que rocé la muerte.
Isabel Orellanas Vilches