El sábado 6 de febrero en uno de los Motus Christi internacionales dirigidos a jóvenes, que semanalmente organizan los misioneros identes, los participantes de varios países sintieron un nudo en la garganta y el anhelo de postrarte en oración al escuchar el testimonio de Luis Antonio Naxi, joven mejicano conocido como “Cielo”, del que ya me hice eco en otra ocasión en este espacio, y que durante unos minutos narró la vuelta de tuerca que dio a su vida en medio de la grave enfermedad degenerativa terminal que padece. Dejó al descubierto su nobleza, su gallardía, la fortaleza que experimenta ante un día a día complejo que afronta con realismo, consciente de lo que le rodea, pero abierto por completo a la voluntad de Cristo lo cual se trasluce en su paz y alegría.
Luis es un ejemplo viviente de cómo ha de afrontarse el sufrimiento, del que es auténtico maestro, en una edad juvenil que por su enfermedad le ha hurtado muchos sueños. Le ha arrebatado proyectos, y hasta algunas personas que dijeron ser sus amigas desaparecieron cuando más las habría necesitado. Por si fuera poco en 2020 sus padres fallecieron por la COVID. Y da idea de su madurez lo que sintió: “Con un beso me recibiste, con un beso de eternidad me despido”, creyendo que sus padres estarán aguardándole cuando le toque partir. Es decir, que esa lesión que padece no ha podido sustraerle los sueños de eternidad, sino que los ha aventado. Y hacia ella camina con la certeza de que ese Dios Padre que nunca abandona a sus hijos está con él.
No es posible hablar con esa fuerza con la que Luis lo hace de una experiencia de oración continua, de esa presencia de Dios en su vida de forma permanente, si no la viviese. El conocimiento de la deriva de su enfermedad a muchas personas les induciría a caer en la tristeza, en el desánimo, a fuerza de pensar en lo inevitable y en todo lo que ello conlleva. Pero él no. Sabiéndose objeto de un plan divino ha elegido la auto-donación, esencia de la vida cristiana, que es el antagónico de la auto-compasión. Lo afirmó de forma rotunda y clara diciendo que cuando Cristo quiera llamarle, está dispuesto. No ha perdido su conciencia de finitud; no habla con fatalismo. Hay paz y alegría en sus palabras y en su rostro; obediencia y disposición a ese decreto que el Padre ha trazado sobre él. Está convencido de que esta misión que le ha entregado con su enfermedad es ayudar y acompañar a los que sufren. En él hay acción; no un conformismo pasivo.
Narra el Evangelio cómo la suegra de Pedro nada más ser curada se puso a servir. Este es un peldaño sumamente enriquecedor de la experiencia de quien habiendo padecido no se aprovecha de la situación dejándose atender, abriendo la ventana al egoísmo. Luis Antonio Naxi está sirviendo a los demás en medio de esta parálisis que no tiene remedio, salvo milagro, lo cual pone de relieve otro de los matices encerrados en un espíritu abierto a la gracia que quiere apurar su tiempo sin que se derrame ni un ápice de ese bien que puede ofrecer a los demás.
Es una inmensa lección que este joven de dieciocho años da a un mundo a veces tan descreído y alejado de la realidad, un mundo que da la espalda al dolor y a la gracia que Dios concede para poder afrontarlo. Un abrazo Luis. Que Dios te bendiga.
En este enlace puede visualizase su testimonio.
Isabel Orellana Vilches