En numerosas ocasiones la fallida maternidad elegida libremente cuando se cede a la cultura de la muerte y se elimina la vida que late en las entrañas, no se queda en el frío y oscuro recinto donde se produce la barbarie. Se podrá sofocar el “grito silencioso” de un ser humano que jamás verá la luz. Podrá quedar puntualmente ahogado el egoísmo que lo impulsó, asfixiarse en falaces razones una decisión de tan alta gravedad. Pero la conciencia de esa aún mayoría de mujeres que cometen este horrendo crimen, y en las que pervive un mínimo atisbo de arrepentimiento, o una simple brizna de sensibilidad, reproducirá con machacona insistencia la irreversibilidad del daño perpetrado. Será inevitable que las emociones se desaten al ver niños de similar edad al que habría tenido el suyo y la imaginación dicte a su corazón lo que pudo haber sido y no fue… Todo eso sin contar con el daño que se inflige a sí misma a todos los niveles, incluido el sentido de culpabilidad por no haberlo querido dar en adopción, con las lesiones postraumáticas que ello conlleva.
Pues bien, en la ciudad eslovaca de Bardejov Nova Ves mujeres defensoras de la vida, conscientes de esta tragedia que asola a unas y a otros, quisieron contar con un monumento a los niños abortados. Y el 28 de octubre de 2011 vio la luz la bellísima escultura dedicada al “niño que nunca nació”, obra Martin Hudáceka de Banska Bystrica (Eslovaquia). La aflicción, el remordimiento de la madre queda neutralizado por el amor y el gesto filial de perdón del niño en una imagen plástica de una sensibilidad innegable que rezuma ternura.
Un sacerdote sevillano, con facultad para ayudar a quienes se han arrepentido de este abominable acto, aconsejaba que diesen un nombre a ese hijo o hija que nunca tuvieron. Que se dirigiesen a ellos nominalmente y les pidieran perdón. De ese modo, podrían iniciar un camino que les ayudaría a serenar su maltrecho ánimo. Naturalmente, es un gesto que tienen concedido porque quien se halla en el cielo solo se nutre de amor; es el único y sempiterno lenguaje que se conoce.
El escultor eslovaco, que nunca supo de este penitenciario sevillano, captó maravillosamente el sentimiento del amor que cura, que restaña toda herida. Quiera Dios que lleguemos a tiempo de evitar que haya madres rotas y niños a los que se les restó la gloria de dar libremente su vida en este mundo en aras del máximo bien.