Nadie que tenga dos dedos de frente desearía haber nacido para «martirizar» a otro, sobre todo si piensa que de ese modo el martirio que inflige revierte también en su persona. Imprudencia, irresponsabilidad, falta de buen juicio, inconsciencia y escasa madurez… todo ello conforma el universo del insensato. La necedad materializada bien en actos o de manera verbal, genera no pocos sufrimientos. La falta de paciencia, la precipitación y pobre reflexión desembocan en grandes errores.
«El necio, a diferencia del sabio, no piensa en las cosas que ve. Sólo giran dentro de sus ojos», dice Fernando Rielo. Es tan ignorante que se cree y defiende verdades insostenibles creadas por él. Prepotente y orgulloso no estima como válido el criterio de los demás. No se aviene al diálogo. Se agota en su propia razón que trata de imponer a toda costa. Siembra dudas respecto a la conducta de otros congéneres dejando entrever su malicia. Vanidoso y lleno de sí mismo se pavonea de sus acciones encumbrándolas en perjuicio del buen hacer que a su lado otros están llevando a cabo, y muchas veces en silencio, sin alharacas. Cuando se ve descubierto puede reaccionar dejando fluir pasiones como la ira, el resentimiento, la autojustificación…
El insensato no tiene en cuenta la repercusión en los demás de lo que dice y lo que hace. Está la insensatez del que pone en peligro su vida; la del que asume riesgos innecesarios; la de quien se deja llevar por su incontinencia verbal y supuesta espontaneidad que le hace sumirse en no pocos problemas; la de quien se cree dueño del mundo y al perseguir ser estimado con dudosas actuaciones lo que advierte es falta de aprecio y soledad; la de quien es capaz de perder los bienes que posee por otros que no tienen valor alguno y le hunden en la más dolorosa ruina personal, social, económica, espiritual; la de quien encumbrándose a sí mismo como ídolo de masas, descubre ser un pelele en manos de otros por su incoherencia, por desidia… La de quien no quiere entender que hay cosas que no se pueden hacer ni decir; que no todo es válido. Está la insensatez de la ambición con toda su carga de egoísmo que induce a convertirse en un obseso del poder…
Es insensata la mentira, la vana elucubración, la falta de escrúpulos… Decir la primera ocurrencia que venga a una mente perezosa sin prever las posibles consecuencias. Considerar que se está por encima del bien y del mal. Hacerse el gracioso expresando comentarios descalificativos, hirientes o sencillamente desconsiderados. No admitir los propios errores. Negarse a aceptar el cariño y la comprensión que otros ofrecen. Creerse incapaz de progresar buenamente en la vida. Cerrar la puerta al perdón. Huir de la misericordia. Desesperarse ante ciertas situaciones se hayan o no magnificado, por ejemplo temiendo la rivalidad de otros…
En no pocas ocasiones es uno mismo quien se martiriza tras haber incurrido en una falta de sensatez sea de la índole que fuera. O se hace a sí mismo mártir con su falta de ecuanimidad. No olvidemos que la insensatez está en las antípodas de la sabiduría en cuanto ésta supone reconocer, admitir, disponerse a cambiar. No obstante lo dicho, hay otro martirio que restaura y al que conviene tender. Comprende la abnegación, la generosidad, la comprensión, el respeto… En suma, todas las virtudes que edifican y que se logran con gracia y esfuerzo. Con nuestros buenos actos podemos engrandecer a los demás, creciendo nosotros mismos: «El sabio se distingue del necio en que aquél soporta su necedad con mansedumbre; la dignifica, incluso, con hermosos sentimientos» (F. Rielo).
Isabel Orellana Vilches