Decía el conocido autor estadounidense Dan Brown: «Impón tu voluntad a alguien, y se revolverá contra ti… Pero convence a una mente de pensar como tú deseas, y tendrás un aliado». Es lo que estamos viendo en torno a la Navidad. Desde distintos frentes, sin optar por enfrentamientos ni descalificaciones, nos incitan a seducirnos unos a otros acogiendo las bondades de esas nuevas ideas que aparecen revestidas con el ropaje de la supuesta originalidad, pero que en realidad van mutilando la fe suavemente.
Una vez se ha desarmado en muchos hogares el eje vertebral de la Navidad que es el nacimiento de Jesús, ya que ha calado en una gran mayoría la pomposa figura del Papá Nöel que sin desterrar totalmente a los Reyes Magos (porque las empresas perderían otros buenos ingresos), sí les ha despojado de esa fe, ternura, ilusión y asombro que en otro tiempo suscitaron en las inocentes pupilas de los niños, había que introducir nueva ocurrencia para desplazar a los pajes. Y así han aparecido, como de improviso, los elfos, personajillos que acabarán por asentarse en una sociedad dada al consumo, al disfrute, al carpe diem, ajena al auténtico sentido de una fiesta que nace en torno a un hermosísimo misterio. Es lo que sucedió con otras costumbres exportadas del exterior, como Halloween.
Como un mantra cualquiera se va manipulando el sentir de quienes están dispuestos a acoger lo que se les ofrezca, dejándose llevar por la inercia, considerando que todo es válido sin preocuparse del peligroso trasfondo que todo lo dicho tiene para una fe que se tambalea. Los más vulnerables son los niños que aún no tienen argumentos para defenderse. En gran medida la formación la reciben en su hogar, y si en él se les da el mismo mensaje que escuchan en los comercios, que ven en los medios, que heredan de algunos amigos y compañeros, el convencimiento al que llegan se asentará en su interior.
La Navidad y la fantasía son antagónicas. Y si alguien piensa que la idea de un elfo no hace daño a una mente infantil, me atrevería a decirle sin pestañear que se equivoca. No hay ambigüedades en el misterio del Nacimiento de Cristo. Un elfo es un personaje extraído de la mitología escandinava, pura imaginación. Pero el Niño Dios se encarnó. Es la segunda Persona de la Santísima Trinidad. Vino a traer la salvación al mundo entero. Es modelo para millones de seres humanos. Tan real como María, José y los Reyes Magos, aunque curiosamente en una fecha que surge por Él, no está presente en el corazón de todos.
¿Qué enseñanza ofrece un elfo? ¿Qué tiene que ver con la Navidad? Absolutamente nada. Si el elfo se presume bondadoso y amigo de los pequeños y se deja atrás la absoluta excelencia del Niño Jesús, y todo lo que envuelve el misterio de su llegada al mundo, incluida esa presencia de los Reyes Magos y sus pajes, los más débiles quedarán absorbidos por ese personaje fantástico al que la literatura y el cine han dado cobijo. O terminarán incluyendo todo lo que se les proponga en el mismo saco. La mente infantil acoge sin pestañear lo que se les ponga por delante. Es misión de los padres lograr que la fantasía propia de la edad lleve a sus hijos a tan alta ensoñación como la que propone el relato del Nacimiento del divino Redentor. Un elfo, el Papá Nöel y demás pueden resultar simpáticos como otros tantos protagonistas de cuentos. El problema es que con ellos se quiera sustituir la centralidad del misterio que en estas fechas se celebra.
No solo muchos niños, sino también padres desconocen el auténtico origen del Papá Nöel al que idealizan. Quizá ignoren que la vestimenta roja se debe a la Coca Cola, y es que se trata de un producto más que vino de lejos para quedarse aquí. Nadie explicó a los pequeños la hermosa historia de san Nicolás de Bari nacido en los primeros siglos de nuestra era, quien según la tradición se encargaba de llevar los regalos a chicos de su edad. Pasaron varios siglos hasta que en Nueva York surgió un remedo de este obispo cristiano al que denominaron Papá Nöel si bien en un principio vestía de verde y llevaba como insignia la cruz. Lo demás, es bien conocido. La mencionada empresa norteamericana le despojó del elemento religioso, y así se exportó a nuestro país. Será casualidad, pero hasta las atracciones navideñas dirigidas a los niños lo tienen entre sus figuras principales junto con distintos animalitos. Parece que no se les ocurrió incluir a los Reyes Magos y seguro no fue por respeto. No deja de ser curioso.
No seamos ingenuos. Detrás de muchas ideas hay un solo objetivo, que en este caso como vamos viendo un año tras otro no es más que desplazar lo que ha dado lugar a estas fiestas navideñas. No bastaba con el despilfarro al que se incita y en el que tantas personas incurren buscando una felicidad que ofrecen enlatada. No es suficiente con erradicar del lenguaje lo que recuerda al misterio, y haber conseguido que se dé protagonismo a las comidas y a los regalos dejando en muy segundo lugar, cuando no fuera de juego al mismo Niño Dios. Hay que seguir abonando el campo del olvido hasta convertirlo en un erial. Un cristiano no debería dejarse persuadir tan fácilmente ni dejar que otros socaven este sagrado depósito de la fe que un día heredamos.
Isabel Orellana Vilches