El adjetivo «nuevo» se ha convertido en un comodín con peso específico propio especialmente desde los primeros meses de 2020. La aplicación más conocida es la que se asigna a lo normal, lo habitual, lo ordinario… Pero, ¿es legítimo hablar de «nueva» normalidad?
Lo nuevo es aquello que se instala en la vida y que lejos de ser un episodio puntual se convierte en habitual para bien o para mal. La pandemia, en la cual por desgracia nos hallamos inmersos, no ha traído nada nuevo a los que hemos sobrevivido al COVID-19, y que no hemos perdido seres queridos o trabajos, excepto el uso de las mascarillas y algunas que otras indicaciones que ni siquiera en todos los casos se respetan. Tal vez creímos que la sociedad cambiaría al menos en algún sentido actuando responsablemente en aras de un bien común. Una virtud que, con todo el drama que se ha vivido, debería formar parte de nuestro día a día.
La presencia del virus no amedrenta a quienes prosiguen alimentando los segundos de su vida caprichosamente sin atender a la urgencia de mantener un comportamiento marcado por el respeto y el sentido común. Incluso se permiten censurar a quienes tienen en sus manos la responsabilidad de la salud de todos y se ven obligados a dictar las normas pertinentes. ¿Les guía la voz de su libertad? ¿Son, así, más libres? «El hombre sueña con escapar, pero no debe correr para ser libre. Si uno huye de sí mismo, su prisión irá con él», decía Gustave Thibon. Lo peor es que en esa infructuosa carrera por vivir al límite peligrosamente se tira por la borda todo el esfuerzo que tantas personas, como son los sanitarios, han realizado para salvar la vida de otros. Lo grave es no haber comprendido que ser temerario desemboca en la autodestrucción física y moral, y que con ella se arrastra a los débiles. Lo triste es perseguir el goce y la diversión vacacional queriendo mantenerla como fue antaño, como si no hubiese pasado nada, a costa de los demás; se hunden negocios y se siembra el dolor que acompaña a la destrucción del empleo. Lo terrible es convertir en moda un contagio que conduce a la muerte, como están haciendo ciertos jóvenes y menos jóvenes inconscientes que han crecido en un mundo autista, alejados de valores esenciales para la convivencia.
La «nueva» normalidad a la que muchos aspiramos, pero que no vemos, es tan simple como velar unos por otros sin edades ni distinción. Y a eso se le llama caridad.
Isabel Orellana Vilches