En su discurso de entrada en la Real Academia de Medicina Don Juan José Asenjo Pelegrina nos dejó un profundo mensaje: “para Jesús la enfermedad no es un mero proceso biológico, sino que es una realidad simbólica que afecta al conjunto de la persona y que produce no solo dolencias corporales, sino también sufrimientos espirituales, soledad, incomunicación, culpa y rechazo”. La visión de la enfermedad de Jesús de Nazaret, que nos evoca el Arzobispo de Sevilla, tiene hoy un gran apoyo científico al observar la misma como algo que mezcla el cuerpo y el alma. Por supuesto hay causas físicas y biológicas de la enfermedad, pero también está cada vez más claro el papel de la mente en el proceso de enfermar, quizás la soledad del alma. Como expresa D. Juan José hay dolencias espirituales.
El pasado domingo, el Evangelio (Marcos 1, 29-39) nos mostraba a Jesús en plena acción de curar, dedicado como Dios misericordioso y compasiva en la Tierra a sanar cuerpo y alma. ¿De dónde sacaba Jesús esa fuerza? Nos manifiestan los comentaristas evangélicos que de la oración. Jesús se retiraba en soledad a meditar y a orar. Quizás en ese encuentro interior con su alma y con su Padre yace la fuerza del poder de la curación. Nos dice el Evangelio, refiriéndose a Jesús: «De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración».
En el mundo hay dolor y enfermedad, falta la salud. La salud como la concibe hoy la Organización Mundial de la Salud, no solo como ausencia de enfermedad sino presencia de bienestar. A nuestro alrededor hay enfermedad y soledad, daños físicos y morales, ausencia espiritual, soledad, desencuentros. Debemos orar cada día por todo este dolor, una oración cuando pasa una ambulancia, o cuando vemos violencia en la televisión, o pobreza en la calle. Quizás debemos encontrar ese espacio interior donde están las respuestas a muchas preguntas, debemos como Jesús buscar ese lugar solitario donde nos encontramos con nosotros haciendo oración y tras el encuentro, proyectar lo que encontremos en los demás. Seguro podemos curar con Jesús, el mundo lo necesita