El 22 de abril se celebra el Día de la Tierra. Muchas veces cuando nuestra sociedad dedica un día a algo, es porque el tema objeto de la dedicatoria no va bien y mediante la dedicación de un día se llama la atención a que existe un problema.
Podemos hacernos una pregunta: ¿Qué es la Tierra? La respuesta es obvia, la Tierra es nuestro planeta. Un planeta que inició su formación, junto al resto del sistema solar, hace 12.000 millones de años. Nuestro planeta evolucionó y se dieron, al cabo del tiempo, las condiciones para un hecho sustancial, quizás improbable y maravilloso: el origen de la vida.
Tenemos un planeta donde la vida apareció, como un milagro biológico y todavía un misterio no del todo dilucidado en el plano material, hace unos 4.000 millones de años. Cada persona se puede acercar a esta realidad de la vida de la forma que quiera, desde un punto de vista puramente material o como un hecho precisado de la intervención divina. Pierre Teilhard de Chardin, científico cristiano, ha escrito sobre el tema de manera clara, dando una luz que permite unificar al mundo del pensamiento científico, alejándonos de cansinos debates entre ciencia y fe. En un largo proceso evolutivo, millones de años después del inicio de la vida y un largo proceso de evolución de las formas vivientes, surge el ser humano, el Homo sapiens, una especie con visión y proyección trascendente. Hace 600.000 años surge el ser humano arcaico y su evolución cultural en el planeta llega hasta nuestros días.
¿Hemos protegido el planeta, y la vida que encierra, a lo largo de nuestra evolución cultural como civilización? Desde 1970, cuando surge la idea del Día de la Tierra, han pasado 50 años. Es mucho tiempo. Pensemos en el porqué se decide dedicar un día a la Tierra en 1970. Evidentemente era un aviso a la humanidad ante un cúmulo de problemas ambientales y sociales, una llamada a desarrollar una conciencia que permita preservar el planeta y sus criaturas.
¿Hemos protegido el planeta y sus criaturas en estos 50 años? Creo que la respuesta es un no absoluto. El mundo está mucho peor que en 1970. El listado de disparates, miserias y desastres excede a la extensión perseguida en esta contribución. Por supuesto, también hay bondad y amor en el mundo, con lo cual hay esperanza.
El Papa Francisco ha hablado sobre el Covid-19 en el Día de la Tierra. De nuevo ha sido claro y contundente: Hemos contaminado y saqueado la Tierra, poniendo en peligro nuestras vidas. Para el Papa, el planeta no es un depósito de recursos que explotar. Para nosotros los creyentes el mundo natural es el Evangelio de la Creación, que expresa la potencia creadora de Dios, y en lugar de eso la hemos contaminado y depredado, poniendo nuestra propia vida en peligro. Es muy clara la idea, el planeta no es un depósito de recursos que explotar. Y mucho menos un espacio donde la explotación del ser humano, por el propio ser humano, sea una cruda realidad. Nuestro planeta no es un espacio de oportunidad de negocio para explotadores. A pesar de todo, deseo insistir en ello, hay mucho amor en el mundo y lo estamos viendo en estos tiempos tenebrosos de incertidumbres.
En el año 2015, el Papa Francisco escribió un documento que con seguridad es el documento más importante escrito en lo que va de siglo para salvar el planeta y sus criaturas: la Carta Encíclica Laudato Si´ Sobre el Cuidado de la casa común. El documento consta de un conjunto de capítulos que encierran muchos mensajes concretos para establecer una relación de armonía con la Tierra y el resto de la humanidad. El Papa nos llama a entender que las tragedias naturales son la respuesta de la Tierra a nuestro maltrato. A veces los organismos patógenos para el ser humano surgen de una naturaleza muy antropizada, con animales sometidos a estrés en ambientes deteriorados, mezclados con animales de consumo en los contactos entre ciudades y zonas degradadas por la expansión urbana. Animales que pueden ser foco de mutaciones que no tendrían incidencia en un medio más equilibrado y natural donde no habría zoonosis negativas para la humanidad. No olvidemos que la contaminación de nuestras ciudades baja las defensas, ayudando a una mayor letalidad de los patógenos que pudieran llegar a ellas, especialmente en colectivos de riesgo como personas mayores o con enfermedades y debilidades previas.
Para el Papa Francisco, la presente pandemia nos está enseñando que solo si estamos unidos y haciéndonos cargo los unos de los otros, podremos superar los actuales desafíos globales y cumplir la voluntad de Dios, que quiere que todos sus hijos vivan en comunión y prosperidad.
Nuestra vida se basa en el Evangelio, el Buen Evangelio de Jesús. Quiero recordar aquí el pasaje de los mercaderes echados del templo (San Mateo, 11, 15-19). Dice el evangelista que, a la vista del templo convertido en lugar de venta, cambio, y especulación, degradado como nuestra casa común, templo de Dios, manifestó Jesús: Mi casa será llamada casa de oración para todas las gentes, más vosotros la habéis hecho cueva de ladrones. El planeta es casa de oración y los que se enriquecen con la desgracia, el sufrimiento y la explotación lo han convertido en cueva de ladrones.
Independientemente del mucho amor constatable que hay en el mundo, nos podemos preguntar, ¿Qué hemos hecho a nivel global en estos cincuenta últimos años con la avaricia depredadora globalizado? ¿Habremos convertido el planeta, la casa común, en una cueva de ladrones? Pensando en los tenebrosos tiempos que vivimos por causa del Covid-19, aún con el amor manifestado y la solidaridad percibida, podemos meditar sobre si algunos están convirtiendo el planeta, aún más todavía en los tiempos de este coronavirus que no asola, en una cueva de ladrones globalizada como el escenario que vio Jesús al entrar en el sagrado templo, la casa común de oración.