El discurso de entrada en la Real Academia se tituló «Jesús de Nazaret y los enfermos» explicando la relación de Jesús con los enfermos y haciendo una llamada «no solo a ser excelentes profesionales de la medicina sino a ser personas con entrañas de misericordia que hagan suyo el dolor y el quebranto ajeno». Nos recuerda D. Juan José en su discurso el trato de Jesús con los enfermos y su inmensa humanidad y proximidad ante el sufrimiento.
El Arzobispo de Sevilla pidió en el acto de entrada en la Academia, recordando la hermosa parábola del Buen Samaritano, una de las innumerables joyas evangélicas, que «seamos hombres y mujeres con ojos grandes, para ver el sufrimiento y los dolores de nuestros semejantes, mirarles con ternura, bajarnos de nuestra cabalgadura, como el Buen Samaritano, la cabalgadura de un egoísmo cainita e insolidario que nos impide condolernos con los padecimientos y angustias de nuestros hermanos, para curar sus heridas físicas y morales con el vino de la alegría y el aceite de la misericordia», como expresaba San Ambrosio de Milán, evocando dicha parábola, nos recuerda D. Juan José en su discurso, que el Señor Jesús es el médico que ha curado nuestras heridas derramando vino y aceite.
El Arzobispo de Sevilla nos dice que «para Jesús la enfermedad no es un mero proceso biológico, sino que es una realidad simbólica que afecta al conjunto de la persona y que produce no solo dolencias corporales, sino también sufrimientos espirituales, soledad, incomunicación, culpa y rechazo». Son palabras profundas que podemos recordar cada uno de nosotros cada día, sin excusas de ningún tipo, en el trato con nuestros semejantes, y que conducirían a un mundo mejor inspirado en el Evangelio de Jesús de Nazaret, poniendo de manifiesto la importancia del mensaje cristiano hoy y el papel salvífico de la Iglesia en un mundo y una sociedad con profundos problemas.