Atendiendo a las noticias de los últimos tiempos, resulta inevitable pensar sobre la existencia del mal en el mundo. ¿Natural o inducida? Mariano Fazio, en su libro De la persona a la aldea global, realiza importantes apreciaciones que merecen la pena leer. En su conclusión final establece la necesidad de caminar hacia una civilización del amor. Nos recuerda el autor palabras del Concilio Vaticano II: “Son muchos los elementos que se combaten en el propio interior del hombre. Por ello, siente en sí mismo la división que tantas y tan graves discordias provoca en la sociedad”. También nos recuerda el citado autor las palabras de San Juan Pablo II en Redemptor hominis (1979), su primera Encíclica, abundando en los problemas contemporáneos del hombre, donde remarcaba la esencia de la antropología cristiana que tiene en cuenta la presencia del mal y una cuestión profundamente humana que es la búsqueda de la verdad y la insaciable necesidad del bien. Los pontífices de los últimos tiempos, incluido el papa Francisco, nos cita Fanzio, abogan por una civilización del amor que comienza en el corazón del hombre. El título del libro citado, De la persona a la aldea global, se indica el itinerario de lo local, lo íntimo, la persona, a lo colectivo, el mundo como aldea global, la casa común del papa Francisco.
El corazón del ser humano como principio. Esta idea nos evoca un libro esencial como es El corazón del hombre de Erich Fromm. El libro lleva por subtítulo Su potencia para el bien y para el mal. Al final del mismo se plantea que debemos adquirir conocimiento para elegir el bien, pero ningún conocimiento nos ayudará si hemos perdido la capacidad de conmovernos con la desgracia de otro ser humano, la indiferencia por la vida nos conduce a la pérdida de la esperanza de elegir el bien. ¿Es la persona hoy indiferente al sufrimiento? Pero es tan grave como la pérdida individual del sentir por los demás, la pérdida colectiva del sentimiento por el sufrimiento de los otros. ¿Hemos perdido colectivamente la capacidad de atender el sufrimiento de los demás? Para los creyentes, la humanidad fue creada en justicia y perfecta inocencia, un reflejo de la santidad de Dios. Dios vio todo lo que había hecho (incluyendo la humanidad) y lo llamó «muy bueno» (Génesis 1:31). En Génesis 1, 26-27 se manifiesta: “Entonces dijo Dios, hagamos a nuestra imagen, según nuestra semejanza. Y creó Dios a los hombres a su imagen, a imagen de Dios los creó, y los bendijo”. La pregunta esencial es: ¿Cómo un ser hecho a imagen y semejanza de Dios puede conducirse con maldad? La evolución de la sociedad conduce a relaciones materiales de poder que inducen la aparición del mal, que no es la verdadera naturaleza bondadosa del ser humano, la esencia de Dios. ¿Por qué perdemos la semejanza con Dios en determinadas actuaciones humanas? La semejanza con Dios nos debe conducir a la realidad de la bondad que representa, nos marca la meta en una visión trascendente de la existencia. La razón del alejamiento de la bondad natural del ser humano está en las condiciones materiales que generamos, en las relaciones de producción que están desacopladas con la trascendencia natural del hombre en su camino al reencuentro con Dios.
El papa Francisco nos pide transformar el mundo, para ello debe aflorar la natural bondad humana, impregnar con ella la comunidad y, con ello, expulsar, como manifestación maligna, la tendencia al mal, individual y colectiva, superando la imposición de la matriz ambiental que induce al mal, aplastando la bondad natural del ser humano. El papa Francisco ha escrito el libro El cielo en la Tierra, donde dice que el amor trasforma todas las cosas. El amor colectivo nos lleva al bien, nuestra condición natural, y nos aleja del mal, un estado generado por la imposición de condiciones materiales, formas de producción alejadas del bien común y, por tanto, de la semejanza con Dios, nuestro origen, que también debe ser nuestro final, el punto Omega de Pierre Teilhard de Chardin, la superación de la Antroposfera alcanzando la Noosfera, el camino de la trascendencia alejado del camino hacia el mal. No anima el papa Francisco, en el libro citado, a estar cerca de los que sufren como testigos de la Resurrección. Sufre mucha gente en el mundo hoy, en el mundo, en nuestro país y en nuestras ciudades. El amor que emana del bien, condición natural humana, destruye el temor y vence el mal. En la democrática, superando las tendencias autocráticas de algunos dirigentes, el colectivo social debe velar para evitar el alejamiento del bien, y la acercamiento al mal, generado por la ambición, el deseo de poder, el acaparamiento de bienes, en definitiva, una matriz ambiental que hace emerger lo peor, el semillero del mal.
La revista Filosofía Hoy, en sus números 9, 22, 34 y 54 realizó un interesante análisis sobre el bien y el mal desde una óptica filosófica. Augusto Comte, filósofo fundador de la Sociología, hablaba del amor como principio, el orden como base, el progreso como meta. Henry David Thoureau decía que la bondad es la única inversión que nunca falla. Jean-Jacques Rousseau creía que la sociedad corrompe la bondad natural del ser humano. El estado natural del ser humano, según el filósofo, es la inocencia, la bondad natural, lo maligno empieza en la sociedad, con condiciones materiales, generadas en el seno de la propia sociedad, con modelo sociales torvos, que tuercen su camino del mantenimiento del bien. Una mala y desproporcionada interpretación de la propiedad, que genera inequidad y descarte, conduce a las manifestaciones imparables de las desigualdades. Tenemos muchos ejemplos hoy. Sin embargo, el ejercicio de la bondad, como condición natural individual ejercida a nivel colectivo, puede conducir al altruismo. De acuerdo con E.W. Wilson, el altruismo, es decir, la generosidad sin esperanza de reciprocidad, una preciada conducta humana. También E.W. Wilson plantea si somos agresivos innatos, y también si existe una agresividad endémica que ha dado lugar a las fases más negras de la historia de la humanidad. Es posible que sí como posibilidad, es decir, que tengamos potencialidad para el mal, pero no tiene por qué emerger, al igual que la enfermedad no aparece si no se dan las condiciones materiales precisas. Existe la enfermedad como posibilidad, pero no somos enfermos, nos ponemos enfermos si se dan las circunstancias.
El ser humano está hecho a imagen y semejanza de Dios, su condición natural es el bien, pero aparece el mal. El ser humano es capaz de hacer el mal, lo vemos cada día, pero considero que son unas condiciones materiales concretas, alejadas de la imagen trascendente del ser humano, las que favorecen la aparición del mal y su implantación. Debemos contribuir individualmente y colectivamente a la recuperación de la condición natural del bien en el ser humano y su expansión en el modelo social que necesitamos ante los problemas que padecemos. La democracia nos favorece la capacidad de elección del camino del bien.