El Semanario Católico de Información Alfa y Omega, en su número 1002, del 1 de diciembre, que se puede encontrar en el diario ABC, publicaba un impresionante artículo que se preguntaba: ¿Quién fabrica nuestra ropa? En él, como titular se manifestaba que «detrás del modelo de moda rápida que triunfa hoy, donde las grandes multinacionales de la moda cambian sus escaparates cada semana con prendas cada vez más baratas, hay un coste que no aparece reflejado en las etiquetas: el que sufren los trabajadores de esta industria. Salarios extremadamente bajos, pésimas condiciones, carencia de derechos laborales…».
Resulta terrible el alegato ya que existe un mundo detrás de la alegre compra, divertida, más o menos necesaria de la ganga detectada, actividad lúdica, alegre, de encuentro entre amigos o miembros de una familia, un mundo sombrío y terrible que no conocemos, pero que se fomenta con la globalización depredadora y generadora de inequidades que padecemos. Todo este comercio globalizado de gangas oculta un submundo, lejos de una economía de proximidad que genere beneficios locales, sin causar daño al planeta. La deslocalización empresarial buscando trabajadores baratos genera sufrimiento y no vale decir, aún siendo verdad, que dan trabajo en el Tercer Mundo. Es la sombra del mundo de los acuerdos internacionales de comercio.
Se dice en el artículo citado de Alfa y Omega, cuya lectura recomiendo, que en relación con el análisis que hace la Campaña Ropa Limpia, a través de Setem, «el sector global de la confección continúa nutriéndose del trabajo de millones de personas que viven en la pobreza a pesar de hacer largas jornadas laborales». Insalubridad, inseguridad y salarios míseros están detrás de la moda efímera que llena nuestros escaparates. No quiero decir con esto que las personas no compren ropa, que la gente joven no vaya a la moda, por supuesto que no, sobre todo con ropa más barata que es la única que pueden comprar debido a la desigualdad que se ha implantado en España estos últimos años. Sólo deseo que el conocimiento de la realidad se expanda y que valoremos la idea de que todo consumo genera algún residuo o inequidad en algún sitio del planeta que no conocemos.